Hace ya mucho. Casi dos décadas. Yo perdí a mi padre y perdí mi filiación con Salamanca. O perdí a mi padre y a mí raigambre salmantina. Aquellos días de la infancia nunca valorados en Aldeadávila, donde Doctor Zhivago; y el papeleo en Vitigudino... Le ... cuento al doctor Martínez, el mejor psiquiatra patrio, que a veces mi padre se me viene en sueños y, tras dos décadas sin él, me dice algo. Lo he recordado, a mi padre, digo, a tenazón. Hace 17 años exactos que se fue y nunca ha estado tan presente. Quizá es que nuestros muertos no se aparecen en fechas redondas, como el número cabrón de la lotería.

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Yo pienso ahora en mi padre, y me veo en el pinar, huérfano con mi perro Lupo: sin musillas y leyendo tonterías, que es lo que hago. A mi padre le gustaban la Sociología leída y los editoriales de aquel periódico que fue la «referencia dominante». En sus sueños de delineante salmantino quizá me viera como editorialista cartesiano, y yo, ay, que le salí rana. Mi padre se perdió mi primera conferencia en el Ayuntamiento, con lo que él, salmantino militante, amaba a Pucela. Se ha perdido muchas cosas papá, pero el otro día me vi y lo vi en el espejo. Ambos, insisto en el sueño, tenemos mucho que decirnos. Igual le ha preguntado a su hermano político que por qué se fue tan pronto. Los muertos es lo que tienen: mandan sus mensajes y aquí, en la España que tolera a Sánchez, los interpretamos como nos viene en gana.

Disculpe el lector que hable de mis sueños un día, casi por Navidad, y que me desnude. La actualidad me cansa como un lechazo sin vino, y al final, la actualidad ha hecho que lleve casi veinte años sin acordarme de mi padre. El otro día lo/me vi en el espejo, ya digo.

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