El título fue acuñado por el poeta Juvenal en el siglo I d. C. y hace referencia a la costumbre de los emperadores romanos de regalar trigo y entradas para los juegos como forma de distraer al pueblo de problemas de más enjundia. Nada nuevo ... bajo el sol.
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Que, entre vinitos y verbenas, y chapa y pintura en las calles, la recaudación no descansa y la luz está por las nubes. Pulsas el interruptor y lo que antaño parecía un milagro, hoy es un verdadero sablazo. Un chalaneo de megavatios y euros que nos congela el alma. Cuesta descifrar esos crípticos recibos con tarifas variables, horas valle, llano y punta, que más parecen un poema de Gerardo Diego, IVA incluido. A los que estamos a dos velas, no nos va a quedar otra que volver al quinqué, a la antorcha o a vivir en penumbra hasta nueva orden, con una hucha en la puerta para las visitas, como en esas capillas donde hay que echar unas monedas para iluminar el retablo.
Mientras tanto, este Gobierno tan progre, aunque de la fe proletaria y martillo de los más adinerados, sube las tarifas de todo y nos toma por tontos una vez más. Nadie ignora a estas alturas que buena parte del beneficio del oligopolio energético radica en la luz verde del BOE, de ahí el invento de las puertas giratorias para agradecer favores y servicios prestados. Que cuando el circo termina y no queda pan que regalar, hay que buscar un buen refugio.
Se dice que Goethe al morir exigió «¡luz, más luz!». Hoy lo habríamos tenido que enterrar a oscuras.
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