Como no todo podían ser días eslabonados de infanticidios, homofobias y tarifazos eléctricos, el libro nos trae albricias –como siempre–. Hay una cura instantánea que es la de abrir un buen libro, y así se acabarían muchos tratamientos por ansiedad, patologías psicológicas y otros síndromes ... zurcidos de coronavirus. Qué mejor psicoanalista hay que Dante, Cervantes, Melville, Dostoyevski, Proust o Kafka. El caso es que la facturación del libro durante la primera mitad del año ha subido un 17,1% con 15.277 títulos nuevos, un acelerón de lectura gigantesco si lo comparamos con el 2,1% del primer semestre de 2019. Los expertos y observadores del gremio apuntan a que ese crecimiento llegará a final de año al 23%, cuando se alcanzará una facturación de más de mil millones de euros. Alguno del Gremio de Editores hila más fino y dice que este subidón ha sido cosa de la novela gráfica, que está de moda en los escaparates y que podríamos encontrarle un antepasado castizo en el tebeo, la fotonovela y aquellas grandes novelas ilustradas de Bruguera.
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Aunque los libros parece que son la épica de este tiempo tan oscuro, a sus señorías no se les ve un ejemplar en las manos ni por el forro: aunque el libro nos finja un inicio prometedor que recomienza, con su esperanza nueva y sus tapas duras para este tiempo tan blando –o líquido, que diría el maestro Zygmunt Bauman–, esta bonanza libresca podría ser coyuntural, dicen. La pregunta queda en el aire: si el personal compra tanta novela, ¿por qué es tan burro y por qué estamos a la cola de Europa en comprensión lectora? La culpa será del bicho. Seguramente.
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