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Homenaje a Maradona en el Estadio del Club Argentinos Juniors, en Buenos Aires. Juan Ignacio Roncoroni-EFE

Las otras pandemias

El avisador ·

«Existe una mentira mayor que la mentira, mayor también que no decir la verdad: construir una verdad alternativa, donde cualquiera pueda entrar y sentirse confortado»

Carlos Aganzo

Valladolid

Viernes, 27 de noviembre 2020

Lo que no se atrevieron a decir entonces los periódicos, cuando lo anunció Nietzsche, lo han dicho ahora en grandes titulares: «Dios ha muerto». Con estas palabras. Riadas de seres humanos sin esperanza han asaltado la Casa Rosada. Como en los tiempos de los descamisados ... de Evita, pero con camisetas a rayas. Querían ver a Dios. Fotografiarse con el cadáver de Dios. Difundirlo a través de las redes sociales. Intuyendo que el dios de las redes es tal vez lo único que les queda después de la muerte de Maradona. «Humo la gloria y el amor quimera», que también escribió hablando de Dios, en el siglo XIX, el periodista y poeta satírico Manuel del Palacio.

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Por encima de la pandemia, da la impresión de que hay otras pandemias que tienen menos paliativos. Hordas sin mascarilla buscando la euforia colectiva, el calor antes que la inmunidad del rebaño. Los mitos que necesitan a falta de mejores mitos. Menester de abrazar, no importa si a un cadáver. Emociones desbordadas para pensar en otra cosa, aunque sea en la muerte del dios del fútbol. Pandemias que no se erradican nunca. Y que pugnan por un espacio en los medios frente a la pandemia oficial. Como la de la inmigración, que cada día muestra un rostro más terrible. O la de la violencia de género. O la de la violencia en general. Menos delitos en España, dice el último informe, a causa del cautiverio. Pero más delitos de sangre. Además de las fiestas, ¿qué pasará en el interior de las casas? A la fuerza ahorcan.

Tampoco se doblega, por cierto, la curva de la pandemia del racismo. Ni la de la violencia policial. Era hermoso pensar que se trataba de un endemismo de la América profunda. Pero en Francia, la civilizada, la republicana, el color de la piel también importa. Como importa la diferencia en Polonia y en Hungría, que toman como rehén de su intolerancia el pan de los pobres de Europa.

Y mientras tanto, nosotros haciendo grupos de población y cábalas sobre la obligatoriedad o no de las vacunas. Cuando lleguen. Y dando cursillos por televisión de cómo poner la mesa en Navidad, manteniendo la distancia justa de un matasuegras desenrollado. Y pendientes de qué va a pasar con los impuestos y con los contraimpuestos. Si se termina o no se termina de liquidar esa clase media que ha llegado hasta aquí nadie sabe cómo. Y muy pendientes del todavía inquilino de la Casa Blanca, que se va, que se va, que se va… y no se ha ido. Que tiene su propio Dios, que es él mismo. Y una fábrica inagotable de mentiras.

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Porque existe una mentira mayor que la mentira, mayor también que no decir la verdad: construir una verdad alternativa, donde cualquiera pueda entrar y sentirse confortado. En eso andamos todos, no solo el empecinado del pelo amarillo. «Tú eres una mentira de agua y sombra en el desierto», que le dijo a otro amor Dulce María Loynaz.

Contra todas estas pandemias, ya lo sabemos, no hay más que una vacuna: la que combina la educación con el conocimiento. Pero todavía no se sabe en qué laboratorio se trabaja para desarrollarla. En el de la ministra Celaá no parece. Y en el de Oxford, dado el rehúso de esta semana, es mejor no preguntar. Diríase que todos están en otra cosa.

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