![La pandemia del odio](https://s2.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202006/20/media/cortadas/1425532730-kpnB-U1105615226688OF-1248x770@El%20Norte.jpg)
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Después de terminar los 35 volúmenes de su 'Historia Universal', uno de los grandes hitos literarios del siglo XIX, el italiano Cesare Cantú escribió: «El dolor tiene un gran poder educativo: nos hace mejores, más misericordiosos». Hay quien piensa lo mismo. Otros no. Del ... dolor a la misericordia hay un paso. Pero también hay un paso del dolor al odio y al rencor. Habría que ver cuál de los dos es más corto.
No hemos terminado de pasar el dolor de la pandemia cuando el odio empieza a mostrar un rostro preocupante. Tanto o más que el miedo a volver a caer en la enfermedad. O en la pobreza. Tampoco el miedo es un buen consejero a la hora de superar el dolor. Sentimos el odio cada vez que una cámara de televisión enfoca la boca torcida de Donald Trump. Ya hable de su miedo al libro de John Bolton o del derecho a defender con las armas los altos ideales del ciudadano medio norteamericano. Lo sentimos agazapado detrás de manifestaciones y revueltas de toda laya y condición. Las legítimas y las menos legítimas. Lo sentimos también cada vez que la televisión pública española, cada día con mayor afán, sustituye las noticias por sesiones interminables en el Parlamento, donde hablar se ha convertido en sinónimo de ofender. Con toda naturalidad.
Pronto veremos también saltar este mismo odio desde el confort de las poltronas parlamentarias hasta la penuria de los banquillos judiciales. Tal vez este formato jurídico no es todavía tan visible como el político, porque el miedo todavía juega demasiado a favor de los que ostentan o detentan el poder. Pero pronto será un clamor. Hay demasiadas víctimas de difícil justificación. Y con el duelo pasa lo mismo que con el dolor. Lo que viene después puede ser la misericordia. O la venganza.
Las últimas detonaciones del odio llegan estos días de Málaga. De un lugar muy cercano al Rincón de la Victoria, donde tenía su casa Manuel Alcántara, quien siempre nos animó a escribir sin odio contra el odio. Tiro al blanco sobre los figuras de Sánchez, Iglesias, Montero, Marlaska y Echenique. Pim, pam, pum, como en los tiempos de las dianas en las casas de los sentenciados por ETA. Pero con el acicate de las redes sociales. Hay a quien le hace gracia. Pero no se trata de un fenómeno nuevo. También hay quien recuerda ahora la gracia de los dirigentes y alcaldes del PSOE de Alicante hace cinco años, cuando posaron, con la cabeza de Mariano Rajoy entre las manos, al lado de una guillotina. Lo malo es que también en esta enfermedad del odio el riesgo de contagiarse es grande. Como el de derivar en pandemia.
La Organización Mundial de la Salud anuncia una vacuna contra el coronavirus «para millones de personas» para finales de año. Esperemos que en este caso los últimos sean los primeros. Que en vez de condenar a los más débiles esta vez los podamos salvar. Que les demos esperanza, en lugar de negarles oxígeno. Con todo y con eso, mucho me temo que, de ser posible, la vacuna contra el odio tarde un poco más en llegar. El coronavirus, al que pintamos con muchas protuberancias, algunas de ellas como trompetas de Jericó, en realidad tiene muchas caras. Ninguna buena.
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