Iglesia de San Benito, en Valladolid. Leticia García

En la pandemia también se encuentra Dios

«Es bueno decir que la Conferencia Episcopal elaboró, desde el principio, un minucioso protocolo que ha dado buenos resultados»

Javier Burrieza Sánchez

Sábado, 6 de febrero 2021, 21:53

El que escribe esta tribuna reconoce y define la gravísima situación en la que nos encontramos. Detrás de este historiador no hay ninguna postura negacionista. Apuesto por la salida del abandono de la ciencia en España que, a pesar de lo poco que se ... ha invertido en ella, la enorme vocación de los científicos y su valía, han aportado resultados desproporcionados, en medio de trayectorias inestables que ningún gobierno ha sabido enderezar. Y lo sé por experiencia. Sin ciencia no hay progreso.

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Resalto mi confusión ante la situación de nuestra Comunidad Autónoma. Su gobierno ha aplicado las medidas más restrictivas desde un principio y casi siempre estamos en las peores situaciones ¿A qué se debe esto? ¿Solamente al envejecimiento de una población menor a dos millones y medio de personas o a la desobediencia de los castellanos y leoneses? Ya en septiembre no entendí una medida que afectó a la vida religiosa de los creyentes. En los tres primeros fines de semana, no se aplicó en los actos de culto un aforo proporcional al tamaño de los templos, casi siempre de grandes proporciones, sino que el Gobierno autonómico en las ciudades de Valladolid y Salamanca (no en la parroquia del Salvador de Simancas que se llenó, por ejemplo) prohibió que el número de fieles superase las 25 personas.

Yo no entendí la medida. ¿Qué pasaba? ¿No nos atrevíamos a criticar una norma que nos parecía injusta, arbitraria y desproporcionada? Me consta la confusión y malestar de muchos sacerdotes y, sobre todo, de muchos católicos que no son ciudadanos que tengan que poner su mejilla para que les den en la otra permanentemente, sino ciudadanos exigentes y votantes.

Pasaron aquellas semanas de «no fiestas» y se volvió a la proporcionalidad sobre el templo. Ya no eran «peligrosas» las salidas de los fieles de las iglesias. Y en el pico de la segunda ola, el Gobierno regional mantuvo el aforo de los templos con una proporcionalidad del cincuenta por ciento o de un tercio, de acuerdo a la incidencia. Muy razonable. Es bueno decir que la Conferencia Episcopal elaboró, desde el principio, un minucioso protocolo que ha dado buenos resultados. Y pasaron las navidades, tercera ola, y me sorprendí cuando las medidas del Gobierno autonómico volvieron a aquella norma injusta, arbitraria, irracional y no basada científicamente en ningún estudio, para con la vida religiosa.

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Efectivamente, estamos viviendo momentos dramáticos. Nos dicen que nos metamos en nuestras casa, que no nos relacionemos con nadie más allá de nuestro entorno, pero necesitamos seguir comprando lo que comemos o vestimos; los alumnos siguen yendo al colegio, instituto y universidad (algunos en cuatro viajes con notables salidas de gente) y los creyentes, en una situación distinta a la vivida en marzo o abril, cuando celebramos nuestro tiempo sagrado más importante en nuestras casas, también podemos acudir a los templos.

En mi humilde opinión, esta medida es una prohibición de hecho, aplicada contra la libertad de culto (que es un derecho constitucional), bien conducida y llevada, respetuosa con el prójimo (concepto de bien cristiano), con su vida, dignidad y, por tanto, con su salud. Pido que no se nos dé el silencio y la imposición por respuesta; que se aplique la proporcionalidad de un aforo, de acuerdo a la superficie del templo, como se vino realizando desde la cuarta semana de septiembre de 2020 y hasta enero de 2021 y que las autoridades consideren que el culto cristiano para los creyentes (los de cualquier religión también) no tiene por qué ser una actividad prescindible mientras la situación no sea de confinamiento total. Otórguese siempre la libertad para ejercerlo de acuerdo a las normas sanitarias que no solo han proporcionado las administraciones, sino también se ha dado la propia Iglesia en perfecta sintonía.

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Y todo ello lo hago prestando mi incondicional apoyo a la comunidad de carmelitas descalzos de San Benito, que tan injustamente está viviendo las consecuencias de una denuncia motivada por la sensación de incomodidad de un ciudadano que debió contar los presentes (no más de cincuenta) en un espacio de mil seiscientos metros cuadrados. Es una pena que no se hubiese pasado antes por otros ámbitos donde se habría sentido más agobiado. Apoyo y gratitud hacia una labor pastoral y un compromiso valiente de estos frailes, en atender a muchas personas heridas en lo espiritual durante la pandemia.

Pero no se confundan, de esta situación a mi juicio, el responsable no es una percepción «equivocada» de un ciudadano, sino una norma reiteradamente aplicada, casi única en toda España (solo superada en su irracionalidad en Cantabria o en Melilla). Tengamos claro en qué queremos perder el tiempo, en qué dañamos libertades muy delicadas y dónde tenemos que poner nuestra atención, no solo del amanecer y hasta su ocaso, sino de sol a sol.

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