La emigración irregular, que durante el confinamiento parecía olvidada, ha vuelto con el verano a su tradición de provechar el buen tiempo para intentar cruzar el Mediterráneo en mejores condiciones atmosféricas. El fin de semana arribaron a las costas españolas 400 personas que no solo ... desafiaron las olas y las tormentas, también se arriesgaron al contagio del coronavirus, sin descartar que alguno fuese portador y contribuya a su expansión.
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Las mafias que trafican con los emigrantes no ceden en la búsqueda de formas y vías de embarcar a sus víctimas hacia lo desconocido sin que les importen sus vidas. Todas las costas del norte del Mediterráneo, tanto que sean españolas, italianas, maltesas o griegas, entran en sus planes. Por mucho que se les persiga, que no parece ser el caso, tienen conexiones con algunas autoridades locales que se quedan una parte del botín.
La mayor parte de los emigrantes que llegan en pateras ofrecen un aspecto pésimo: han hecho el viaje por el desierto y la selva hasta la penosa travesía marítima. Pero, en contra de lo que cabe pensar, no suelen ser los más castigados por la fortuna en sus lugares de origen. Los pobres de solemnidad no disponen de los medios para emprender la aventura.
Tanto ellos como su familia se privan de lo necesario y ahorran durante años para emprender el viaje y pagar al mafioso el subterfugio para poder dar el salto final. Ignoran que van a encontrar un sistema de vida que les deslumbrará, pero, en la mayoría de los casos, les condena a pasar tantas penurias como en su país.
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La prosperidad que buscan les resultará lejana y hostil y serán muy pocos los que la consigan. Les espera vivir la angustia de la legalidad, la sensación de tener que permanecer escondiéndose y expuestos siempre a ser deportados. Es una situación dura y amarga para ellos y para cualquier sensibilidad humana. Es muy penoso ver a personas igual que nosotros sin poder ayudarles. La realidad es que ningún país de los nuestros tiene capacidad para acoger a tantos emigrantes como llegan y quieren llegar, pero tampoco encuentra medios para evitarlo sin recurrir a decisiones drásticas.
Hace días, 56 argelinos escaparon del confinamiento por la covid-19 ante el miedo a que les deportasen, dejando detrás un reguero incontrolable de riesgo de extender el virus. Las condiciones en que muchos están pasando esta etapa difícil trascienden a la amenaza del coronovirus, para el que al menos se espera con ansia una vacuna. Al problema de la emigración no se le ve ni remedio ni final.
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