No nos hablan suficientemente de las secuelas de la pandemia. La OMS señala una larga lista. Desde la fatiga muscular hasta la dificultad respiratoria, pasando por un amplio catálogo de lesiones orgánicas, neurológicas y psicológicas. Pero no dice de qué manera el paso del virus ... puede afectar, y afecta, a la democracia. Sin embargo, la peste no tiene límites en este territorio. Parece dispuesta a infectar el corazón de la democracia, en cualquiera de sus representaciones.

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Es sabido que al gallo Trump le gustan más las doce fotos del calendario fotográfico anual de Putin que los catorce principios de buen gobierno de Xi Jinping. Pero da la impresión de que estaría dispuesto a aceptar el ideario de cualquiera de los dos con tal de mantenerse en el poder. Como ellos. Su modelo, hace tiempo que está fuera de todos los cánones, en un país donde la libertad nunca supo convivir con la igualdad. Y que ahora está en riesgo serio de terminar con cualquier rastro de fraternidad. Hasta tres cadenas de televisión han tenido que cortarle la señal en pleno recuento final de papeletas. Un discurso, el suyo, definitivamente centrado en el odio. Y el odio, dice Baudelaire, «es un borracho al fondo de una taberna, que constantemente renueva su sed con la bebida».

No es cosa, sin embargo, de ver la paja en el ojo ajeno y escamotear la viga en el propio. En Europa, los gobiernos del miedo, cada uno con su técnica, no terminan de atinar con las medidas de restricción de derechos. Y en España, de manera dantesca, al final sucede lo mismo pero lo contrario que en los Estados Unidos: una falsa interpretación de la igualdad ha terminado por borrar del mapa ciudadano cualquier rastro de libertad. Con seria amenaza, también, para la fraternidad: encontrar mezclados, entre los que salen a destrozar las calles, a anti sistemas, anti vacunas, negacionistas, radicales de izquierda y de derecha, o simples jóvenes contrarios a la abolición de la fiesta, es demoledor.

Esta semana los técnicos del INE nos han dicho que las cifras de contagio de Gobierno y comunidades no son fiables. Y sin embargo, con respecto a ellas se adoptan las medidas de restricción más peregrinas. Incluidas las de tomar a sectores enteros, como el de la hostelería o las industrias culturales, como chivos expiatorios del mal que nos aflige. Cierres de comunidades enteras compatibles con la sonrisa de Fernando Simón hablando de 'estabilidad'. Una sonrisa que, confiesa, se le escapa en el despacho, porque en público intenta reírse menos.

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La risa, en cualquier caso, va por barrios. Ahora, mientras en Madrid abren la mano, en Castilla y León no estamos ya como en marzo porque el Gobierno no da luz verde. Y porque no se puede comparar aquella primavera radiante con este otoño frío y lluvioso. Nadie entiende nada y por no bastar, ya no basta ni Teresa de Jesús cuando asegura que «la paciencia todo lo alcanza». Claro que también avisa, en ese mismo poema: «¿Ves la gloria del mundo? / Es gloria vana; / nada tiene de estable. / Todo se pasa». Al cabo, esa es la última esperanza: que se vaya el virus y que se lleve con él a tanto inútil.

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