El pasado fin de semana asistimos, entre la estupefacción y la incredulidad, al carnaval organizado por Vox en las afueras de Madrid. Si a cualquiera de los que hoy rondamos ya casi los 60 nos hubiesen dicho hace 40 años, en aquel mítico octubre del 82, que íbamos a tener gobernando en nuestra comunidad, quizás pronto en nuestro país, a un partido que organiza un baile de disfraces colegial con morriones, aborígenes, dominicos y carabelas, nos hubiéramos partido de risa. Aquel octubre de pana y esperanza nos prometía un sitio en Europa. Nos asomábamos ilusionados a un futuro de modernidad. Un proyecto de ciudadanía y derechos en el centro de Europa ¡Por fin! Volver a pasear por las calles de París, Bruselas y Berlín, orgullosos de ser uno más en un continente que era la cuna de los derechos y de la civilización. Ser parte de un mundo sin fronteras. Volver, al fin y al cabo, al lugar que nos pertenecía.
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¿Qué nos ha ocurrido? ¿Qué le ha pasado a este país? ¿Qué le ha ocurrido a Europa? ¿En qué lugar del camino perdimos la brújula? La respuesta es sencilla, perdimos hace años los sueños compartidos. Perdimos los sueños y nos reintrodujimos en nuestras peores pesadillas. En aquellos años 80 España tenía proyectos comunes, ambiciones compartidas. Entrar en Europa, ser uno más, eso era un sueño transversal. Un anhelo común que alimentaba la construcción de un estado democrático y de derecho. Un país que huía del golpismo, que acaba de dar uno de sus últimos coletazos. Construimos después un sueño olímpico, una demostración de quienes éramos y quienes podíamos llegar a ser. Todo ello asentado sobre las efemérides del 92. Juntos también, estuvimos frente al terror. El día del asesinato de Miguel Ángel todo el país dijo basta. Todos fuimos un poco Erasmus y descubrimos, juntos, un mundo más allá de los Pirineos.
Pero el tiempo fue borrando nuestra inocencia. La corrupción, los crímenes de estado y la progresiva polarización fueron convirtiendo nuestra inocencia en desconfianza y decepción. Descubrimos, una vez más, que los reyes magos eran los padres. Roldan, Rato, las Cajas, Valencia, el Gal... La pérdida de la inocencia fue pasando de la sorpresa a la irritación. Una clase política que siempre puso el patriotismo de partido por delante del interés de la nación y unos nuevos partidos que no demostramos ser mucho mejores que los viejos. La marea, que provoco el 15-M, trajo después la resaca de la frustración. La inmediatez y la difusión que ha traído el nuevo mundo de las redes sociales democratizó la comunicación, la amplificó, la simplificó y la polarizó hasta el extremo. La globalización benefició al mundo, pero destruyó miles de empleos en Europa y con ello la seguridad y la confianza en el futuro de nuestras clases medias. Todo se volvió incierto y confuso. La caída del muro tampoco trajo la paz, sino que alentó un nuevo mundo de guerras asimétricas y de terrorismo global de dimensiones desconocidas. Vimos caer las torres gemelas, vimos explotar los trenes, matanzas en París… nada era cierto, nada era seguro.
Y entonces llegaron ellos. Llegaron en América, en Europa, en España. Con sus soluciones infalibles con sus promesas de seguridad. Dios, patria y familia. Los hombres fuertes, las soluciones fáciles. Un pasado mitificado donde todo era previsible y todo era gloria. Nuestros hijos no se pondrán pechos. Nuestras hijas no tendrán bigote. Nuestros agricultores no tendrán competidores. Nuestros hogares volverán a calentarse con el carbón de antaño. Nuestros descendientes serán blancos, cristianos y heterosexuales. Miedo y solo miedo, ante la incertidumbre de un futuro que no resultó como lo imaginábamos. Descubrieron un filón. La España cobarde. La España que teme al futuro porque no se siente segura de sus valores y sus convicciones. La España que se levanta temerosa ante las tormentas del futuro, temerosa de la competencia y de las libertades de un mundo global. La España que anhela fronteras que ya no son. La España que sueña con volver atrás en una moviola imposible.
Este miedo no solo ha invadido a los conservadores del morrión y las carabelas. Este miedo les ha invadido a todos. También a los socialistas. Hay una diferencia notable entre los socialistas de hoy y los del 82. Los del 82 querían ganar el futuro. Los socialistas de hoy parece que se conforman con ganar el pasado.
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Necesitamos un nuevo proyecto común para Europa, no solo para España. Europa es hoy nuestra nación y aunque suene extraño quizás la guerra en Ucrania se convierta en la oportunidad de reflexionar sobre ese proyecto imprescindible. El nacionalismo de Putin surge del mismo pasado imposible que el cutre No-Do de Abascal. Perder la guerra ante los fantasmas del pasado nos cerrara las puertas del futuro. No hay libertad sin valor. La España cobarde no puede, no debe, quitarnos la esperanza.
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