'50 palos'

Nunca es un mal momento para releer aquellos libros que se creen perdidos, aquellos que consiguieron crear imágenes de una España para algunos desconocida. Releer 'La colmena' fue como la tentación del verano, mitad por recordar aquellas historias y mitad por ver hacia dónde nos encaminamos si entre todos no logramos contener este dislate creado en el entorno de la pandemia.

Aquella narración de Camilo José Cela con sus sesenta personajes de postguerra hablaba bien de las historias que se generan entre la penuria, de los esfuerzos pícaros por salir adelante y, entre bambalinas, se adentraba en la incapacidad de los gobernantes para reordenar la sociedad y reconducir sus estructuras entre el frío de las calles de Madrid.

Hambre y miseria para decorar las aceras de cemento gris en tiempos en los que la vida se comprometía cada día un poco más y en los que el amanecer era el anuncio de un nuevo reto. Quizá por ese muestrario tan amplio y realista la censura la tuvo proscrita. La verdad siempre duele. La idea de desempolvar 'La colmena' fue diluyéndose entre la arena y las olas con la certeza de que inevitablemente podría atraer aquel mundo en blanco y negro hacia el presente. Un horror. Más ahora que todo está comprometido y las certezas duran lo mismo que una. Demasiado riesgo atraer demonios no conocidos, atados a no pocas leyendas, y que la mayoría creíamos perdidos en el tiempo. Mejor espantar que atraer.

El sol que acecha al otro lado de una buena sombra, el alivio de la temperatura norteña y la brisa que recorre esta zona peninsular, siempre anima a la lectura. Si hay tentaciones para los mortales, ésta es una de ellas.

Devoro los libros en verano, lo reconozco. En esta ocasión uno fue una loca y por momentos decepcionante historia de viajes narrada por el autor como si su experiencia resultara inimitable, el segundo solo para los adictos a la prensa y sus tripas y el tercero para descubrir la vida, que no es poco. Si hay lecturas recomendables una es la de '50 palos', el libro escrito por Pau Donés en la recta final de su vida cuando ya sabía (lo supo siempre) que el cáncer le amenazaba sin descanso y le robaba sus días.

Nada resulta más gratificante que descubrir que la vida merece ser vivida. Algo tan sencillo que estropeamos entre chiquilladas, aspiraciones irracionales y dementes que se creen los jefes de nuestro destino. '50 palos' es una historia memorable de realismo, una clase práctica de vitalidad, y un duro mazazo para quienes creen que la vida es algo más que un simple, liviano y efímero suspiro.

Queda sobre la mesa 'Café Jazz el Destripador' la obra de un tipo formidable, un escritor desbocado que no deja de sorprender. Los personajes de Luis Artigue, que sería mucho más famoso si hubiera nacido en un barrio perdido de París o se codeara por los submundos literarios madrileños entre chupitos del peor whisky de la barra, parecen sacados de nuestras vidas por la puerta de atrás. Queda pendiente su libro porque quizá, y no es peloteo, siempre fue la mejor opción que estaba en el escritorio.

Feliz fue el verano. Y para el otoño y frente al virus, mejor una historia de gánsters, bourbon, coristas y matones. Una buena fórmula para dejar por un instante a un lado la realidad. Invita Artigue, no es poco.