![Las palabras que engordan y los sapos voladores](https://s2.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/201909/16/media/cortadas/cortes-k9kD-U90148776657QiE-624x385@El%20Norte.jpg)
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«A menudo he tenido que comerme mis palabras y he comprobado que son una dieta equilibrada». Francisco Igea, viceportavoz y consejero de Transparencia de la Junta, maduró con esta cita de Winston Churchill una idea que desde hace tiempo rondaba su cabeza: las ... palabras no engordan.
La realidad política en la que se mueve el vicepresidente advierte, sin embargo, de todo lo contrario. En ese mundo tan paradigmático, envuelto por momentos en papel de celofán, las palabras no solo se atragantan, sino que también engordan.
Engordan por asociación, porque hoy por hoy, cuando un cargo público se expresa, con un alto nivel de probabilidades al mismo tiempo se está comiendo un sapo. Y los sapos, en la política, son de todos los tamaños y de todos los colores. Y los sapos sazonados con palabras, se diga lo que se diga, engordan.
Hay sapos comunes, americanos, corredores, de espuelas y hasta voladores. Y, de entre todos ellos, estos últimos son los más peligrosos. Es abrir la boca y el sapo ya está en la garganta. Y una vez ahí, solo queda deglutir como se pueda... Y a engordar.
Un ejemplo paradigmático ocurre cuando se intenta defender a un cargo público de un 'copia y pega' que le inhabilita. Y en vez de repudiar el comportamiento del interesado, a la denuncia del caso se le intenta desacreditar asemejando su acción con la de «remover en el cubo de la basura». Eso es un sapo en vuelo rasante listo para aterrizar.
Palabras y sapos voladores se entremezclan, igualmente, cuando un exconsejero de la Junta intenta alentar desde toriles el enfrentamiento entre castellanos y leoneses con la capitalidad como único argumento. Todo debate es sano, menos el malintencionado, el que se quiere colar por la puerta de atrás, el que se encuentra alentado por el rencor, y quién sabe (cabría apuntar aquí un buen número de puntos suspensivos) si también por la envidia.
No parece de recibo poner sobre la mesa una cuestión de este tipo, tan sensible, y hacerlo de una forma tan conscientemente inconsciente. En esta comunidad, descosida y con sentimientos enfrentados, sobran brindis al sol que comprometen, alteran, rompen lazos y crean odios entre quienes con no poco pesar han aprendido a caminar juntos por el bien común. Castilla y León no tiene capital y no la va a tener por largo tiempo porque, hoy por hoy, una decisión de este tipo es una bomba de relojería, algo que al exconsejero De Santiago-Juárez no le parece importar. ¿Valladolid, capital? Hay que estar desconectado de la realidad para reabrir el armario.
Pero ese sapo, gigante y volador, se quedará en la garganta de De Santiago-Juárez. No hay otro lugar mejor. Es imposible de digerir por mucho que se intente tragar empujando con los amenazantes y comprometedores documentos que el exconsejero de Presidencia asegura tener sobre los medios y los directores de medios de Castilla y León (bueno sería que los mostrara, para así conocer todo lo cocinado durante su mandato).
La política, necesaria como el agua, se disuelve entre algunos sus personajes. Un efecto imposible de contener por mucho que se intente diluir entre palabras 'light' para no engordar y sapos voladores.
Todo sucede en el despertar de un curso político que comienza interesante, con fuego cruzado entre los partidos y animados debates centrados en si por enésima vez habrá que volver a las urnas para reescribir una historia ya conocida y reconocible.
Y hasta que llegue ese día, menú de dieta: palabras con sapo. Todo con cucharilla, para evitar que se atragante.
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