Isabel Carrasco, en una imagen de archivo.. Efe

Dos palabras

RINCÓN POR RINCÓN ·

«Carrasco nunca jugó a perder unas elecciones, jamás. Y de ahí que su recuerdo rebrote entre una parte de la militancia popular, que anhela los tiempos en los que ganar era rutina»

J. Calvo

León

Lunes, 13 de marzo 2023, 00:02

En los fugaces encuentros, casi siempre casuales, apenas solía cruzar un par de palabras con la fallecida Isabel Carrasco: 'hola' y 'adiós'. Alguna vez se añadían variantes, siempre de lo más singulares, pero es cierto que en pocas ocasiones se superaba ese número de palabras: ' ... Acabaré contigo', también me comentó en una ocasión. La entonces presidente de la Diputación era así, poco expresiva. O mucho, depende como se mirara. Su memoria se ha reavivado en los últimos días en plena calle. En el mundo popular, singular como pocos, hay figuras que nunca desaparecen, su huella es tan alargada que es imposible que se las borre de la faz de la política por mucho que se intente.

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Carrasco era como era, con sus cosas, impetuosa, intolerante y descarnada, pero también una hábil política, extremadamente inteligente, muy calculadora y perfeccionista. Tanto, que apenas cometió un par de errores de los que nunca logró recuperarse.

De ahí que cuando en el PP leonés la situación se descontrola su recuerdo revive. «Si estuviera Carrasco esta no duraba ni medio minuto», comentaba la pasada semana uno de los históricos en las filas de la formación popular leonesa.

'Esta' es Margatita Torres, la candidata que el aparato del partido ha puesto en la primera línea para enfrentarse al 'leonesista' José Antonio Diez. «La llevan al matadero», resuena en las catacumbas populares mientras la candidata espera que un giro inesperado de los acontecimientos, o un nuevo ataque mediático despiadado, dañe la imagen del hoy alcalde de León.

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Carrasco nunca jugó a perder unas elecciones, jamás. Y de ahí que su recuerdo rebrote entre una parte de la militancia popular, que anhela los tiempos en los que ganar era rutina.

En una ocasión Carrasco se sacó de la chistera a un candidato que nadie conocía. Un tipo discreto, sincero y poco expresivo: Emilio Gutiérrez. Para los demás era una elección con poca 'chicha', errónea, pero ella, lista como pocos en el mundo político, sabía que era el elemento perfecto para romper con una dinámica torpe a la hora de apostar por candidatos. Gutiérrez, ciertamente gris, sacó una abrumadora mayoría absoluta y su victoria se queda para las hemerotecas como una de las gestas locales más notables.

Fue tan buen alcalde, logró superar tantas dificultades (incluida la quema del Ayuntamiento de León y parte de sus archivos), empatizó tanto con la sociedad local que el Partido Popular decidió eliminarle de la ecuación política en la antesala de una nueva cita electoral.

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Realmente Gutiérrez era un tipo tan poco normal para la política que en la calle contaba con una reputación notable. Tanto éxito tuvo que los barones del PP se inventaron encuestas para decir que no valía, Carrasco (ante la que Gutiérrez nunca quiso plegarse) acudió a sus medios de cabecera para que reforzaran aquella idea de que uno de los mejores alcaldes de León solo servía para poner el friegaplatos y todos a una le cortaron la cabeza. Su sucesor, eso sí, obtuvo un pésimo resultado en las urnas.

Así es la política, capaz de dar una patada en la entrepierna a su mejor candidato y de colocar como 'uno' en la lista a la peor opción de las que están sobre la mesa. «Si Carrasco levantara la cabeza y viera todo esto se los cargaba a todos. Estamos rodeados de mediocres», remarcaban esta misma semana las gargantas profundas de los populares.

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Seguramente sería así. Aniquilaría a los imitadores y mandaría a la mili a la mitad de los militantes. Y, de volver, regresarían aquellas inolvidables conversaciones. Tan intensas, tan breves.

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