Con un sentido innato del vértigo y una resiliencia acrisolada en innumerables ocasiones, este bendito país se encuentra sumido en una especie de desquicie general en el que parecen existir más vocaciones pirómanas que necesarios elementos de sensatez y estabilidad. La situación sanitaria es altamente ... preocupante y de cara al invierno que viene todos los expertos apuntan a un empeoramiento que puede llevarnos a situaciones ciertamente complicadas. Nos desenvolvemos en una vida muy diferente a la que siempre hemos ejercido, muchas de nuestras costumbres están limitadas y eso afecta a nuestro mapa individual de afectos y al desarrollo económico de la sociedad. Los empresarios están al límite, los ERTE, prolongados in extremis, constituyen un necesario salvavidas al que muchos se agarran con el temor a que pueda pincharse en algún momento. Esa perdida de aire conducirá a ceses de actividad y cierres de empresas. Hay sectores que, literalmente, no aguantan más. Con gastos recurrentes y una merma ingente de ingresos, el tejido empresarial se enfrenta a una de las situaciones más dramáticas desde mediados del pasado siglo.

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A estos dos jinetes del nuevo Apocalipsis: el sanitario y el económico, se une, además, un tercero. Hablamos de la política que ha entrado en una fase de alto riesgo tras haber renunciado a ser parte de la solución y empeñarse en resultar una parte muy importante del problema. Sólo desde una concepción incomprensible puede orquestarse un ataque a la Monarquía en estos precisos momentos. No se trata de que la sociedad no pueda abrir debates de carácter sensible, sino de evitar plantearlos en uno de los momentos más delicados y preocupantes de nuestra historia reciente. Cuestionar nuestra forma de Estado es añadir más presión a una caldera a punto de estallar. Eso, unido al permanente desafío independentista, a la búsqueda de pacto para unos presupuestos de país con aquellos que quieren modificar la estructura actual de España, sumado a un conflicto irresponsablemente alimentado entre el Ejecutivo y el Poder Judicial, y a un telón de fondo de corrupción en el que no dejan de aparecer novedades, hace que el vórtice de una tormenta perfecta este cada vez más cerca de nuestra realidad como nación.

No se trata de ponernos dramáticos ni de exagerar las cosas, sino de ser realistas, por mucho que miremos el futuro con el optimismo necesario para alimentar la esperanza. Esto es serio y va en serio. Nos estamos jugando demasiadas cosas en este envite y los representantes políticos demuestran no estar, lamentablemente, a la altura que se esperaría de ellos. Necesitamos un liderazgo tranquilo en el que poder confiar en medio de una situación excepcionalmente complicada. Las situación no está bien y puede ponerse peor. Es preciso, por tanto, aunar esfuerzos, sumar voluntades y no excitar diferencias que, en las actuales circunstancias, distan mucho de ser oportunas. Contemplar una sesión de control en el Congreso de los Diputados, deja una imagen de sectarismo, cainismo e incompetencia como nunca antes habíamos visto. Hay mucho irresponsable con carnet de padre de la patria y un nivel de debate publico ciertamente alejado de los intereses de los ciudadanos en unos momentos llenos de temores y cuajados de incertidumbre. España está cerca de un abismo que puede materializarse en una crisis monumental de la que tardaremos mucho en recuperarnos. El futuro se presenta nublado y, con este panorama, aún hay estólidos que pretenden dar un paso al frente que nos despeñe a todos irremisiblemente. Sería bueno serenar los ánimos y volver a la cordura. Debemos obligarnos a pensar que tal cosa aún es posible.

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