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Empezaré siendo políticamente incorrecto: no me gusta la propuesta de una Renta Básica Universal (RBU). Y no, no se trata de ser más de izquierdas, derechas, arriba o de abajo, como pretenden simplificar nuestra poliédrica vida algunos de los que quieren manejarlas. Se trata de ... entender si una medida de estas características, tan popular como fácilmente pasto de la demagogia, beneficiaría o perjudicaría.
Quienes defienden la RBU deben explicar detalladamente en qué consistiría y, sobre todo, cómo se puede pagar. No valen expresiones simplistas como la de subir los impuestos a los ricos (se conoce que solo los ricos conducen los diésel, por ejemplo) o la persecución de la economía sumergida, mantra de todos los gobiernos que siempre se queda en una quimera. Bien es verdad que los gestos indican que la propuesta final del Gobierno ya no será de la de una RBU (café para todos), sino más bien una renta garantizada (similar a la que existe en el País Vasco) para aquellas personas con menos recursos y que cumplan una serie de requisitos. Veremos, eso sí, qué mecanismos se establecen para que esos fondos acaben en el bolsillo de quienes realmente más lo necesitan y no en el de quienes quieren la paguita para seguir rechazando ofertas de trabajo.
Al inicio de su mandato, el primer ministro británico Tony Blair dijo aquello de que «es mejor ser impopular que equivocarse» y por eso decidió acabar con los subsidios que implicaban «recibir algo a cambio de nada». Sus medidas se basaron en el «trabajo para los que puedan trabajar y seguridad para aquellos que no pueden». No vendría mal recuperarlo aquí y ahora.
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