Apesar de las crónicas sangrientas que narran los estragos bélicos desde hace siglos en las tierras secas del Oriente Medio, ni el amor ni el odio tienen allí certificado de sentimientos eternos. Los emperadores persas, los reyes de Israel y los califas de Bagdad se ... aplicaron a la diplomacia con terquedad beduina, precepto tornadizo de profetas e imanes en todos los tiempos: mi amigo y mi enemigo mudan en beneficio de otra paz transitoria. Abraham, padre bíblico que da nombre al tratado entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos acordado con la mediación del pantomimo Donald Trump, consagró el pacto perpetuo con Yahvé de ese patriarca judío y profeta musulmán. Israel refrenda hoy su título de propiedad sobre el Gran Israel frente a todas las leyes humanas, a cambio de ser guardián y escudo nuclear de los Emiratos enfrentados a su vecino iraní, ansioso de alzarse con el liderazgo en aquella región musulmana de tantos terremotos bélicos.
Publicidad
El territorio irredento de Cisjordania ha sido la moneda de cambio para agitar otra vez a ese Oriente Medio con la avaricia y sigilo de poderes lejanos. Se cumple este mes un siglo del Tratado de Sèvres, que despedazó el mapa del antiguo imperio otomano al final de la Primera Guerra Mundial; pero las fronteras fijadas por las grandes potencias vencedoras siguen desplazándose como las arenas movedizas de aquellos desiertos. He aquí, en resumen, el triángulo que ha permitido la firma de ese nuevo acuerdo de intereses entre judíos y musulmanes: los Emiratos Árabes, un imperio de riqueza inigualable flotando sobre el petróleo, fortalecen su débil bastión militar con el auxilio de un enemigo postizo; Israel, cuyo Primer Ministro Benjamin Netanyahu tiene fecha de caducidad si pierde su aforamiento frente a la justicia, sigue tejiendo su red de alianzas con los países árabes vecinos; y Donald Trump añade a su tambaleante campaña electoral una divisa extravagante, la de hábil pacificador en tierras lejanas.
Por vez primera desde que los israelíes y los palestinos libran su larga batalla diplomática, azuzada siempre por el terrorismo cruzado y las intifadas, el acuerdo ahora alcanzado cambia la fórmula aplicada entre ellos desde hace medio siglo: «paz por paz» es el móvil negociador que sustituir al tradicional de «paz por territorios». Netanyahu amagó con la amenaza de iniciar la ocupación de Cisjordania hace un mes en plena efervescencia de la negociación, ante la exigencia debilitada de la Autoridad Palestina para conservar su jurisdicción al menos en el setenta por ciento de ese territorio cuarteado por las colonias judías. El jefe del Gobierno israelí requiere el apoyo de los colonos para mantenerse en el cargo y evitar a los tribunales, y advierte que la anexión de los asentamientos de Cisjordana y del valle del Jordán «sigue estando sobre la mesa» y su suspensión es sólo temporal.
A pesar de la escasa cosecha palestina en el acuerdo, las aspiraciones del presidente Mahmud Abás han sido sepultadas o puestas en sordina en beneficio de sus mecenas, los Emiratos árabes que mantienen con su ayuda imprescindible la fragilidad de la economía palestina y la supervivencia de sus ciudadanos. El acuerdo es un armisticio en esa batalla territorial y una bocanada de aire fresco para la Autoridad Palestina. También puede estar tranquilo por ahora el rey Abdalá de Jordania; él temía que la anexión israelí abriera la tumba del agónico Estado de Palestina, convirtiera a Jordania en la patria obligada de los habitantes de Cisjordania y fuera el monarca de un reino ingobernable.
Publicidad
Bajo un encaje de promesas y buena voluntad interpretables por cada uno de los firmantes según sus exigencias propagandísticas, los acuerdos patentes en la letra del pacto entre Israel y los Emiratos Árabes ocultan una trascendencia profunda, adecuada a sus respectivos proyectos estratégicos en la región. Los Emiratos han cubierto sus espaldas frente a la provocación creciente de Irán con la ayuda puntual y visible de Estados Unidos y la disimulada colaboración de Israel, con quien hace una década mantienen tratos comerciales y de información e inteligencia encubiertos Este acuerdo podría alentar a otros jeques del Golfo Pérsico y a Arabia Saudita a seguir el ejemplo de los Emiratos, dispuestos a incrementar esa relación de cooperación y mutuo interés con Israel en sectores tan primordiales para sus boyantes finanzas como la cibertecnología, la agricultura y la sanidad. El gran reto financiero y probable en Oriente Medio será, pronto o tarde, la reconstrucción de aquellos países ahora larvados por una guerra intermitente, desde el Líbano hasta Yemen.
La federación de los Emiratos Unidos es el tercer país árabe en establecer relaciones con Israel, después de que lo hicieran Egipto en 1979 y Jordania en 1994. Su jeque Mohammed bin Zayed invoca la urgencia de la amenaza israelí y la invasión de Cisjordania para justificar su decisión y la renuncia a seguir manteniendo un equilibrio estratégico frente a Irán, su vecino siempre amenazante y ahora perdedor que nutre a la coalición islamista más radical en la zona, desde las milicias de Hezbollah en Líbano hasta la Yihad en Siria y los hutíes en Yemen.
Publicidad
Con el amable permiso del imán Ekrima Said Sabri, visité un viernes lluvioso la mezquita de Al-Aqsa en el Monte del Templo, donde Dios creó el mundo y ordenó a Abraham sacrificar a su hijo Isaac. Ningún musulmán extranjero ha entrado allí en medio siglo, pero el tratado de paz con los Emiratos abre la puerta a los creyentes «que lleguen a Jerusalén en son de paz», amigos o enemigos.
0,99€ primer mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.