Hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestra paciencia, se preguntaba el bocazas de Cicerón en el Senado romano. Prescindamos de la cita en latín, mucho más cuando este artículo no va de Roma, ni de Cicerón ni tampoco del maltratado Catilina. Va de paciencia, de la ... nuestra, de cuánto abusan de ella. El otro día, después de intentos varios, obtuve una audiencia en mi banco. No crean que es poca cosa. Los viejos de este oficio damos fe de que, hace años, era más fácil entrar en despachos de ministros y camerinos de estrellas de cine que hoy en la sucursal en la que tienes tus cuatro perras.

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El mundo está lleno de barreras, cámaras de vigilancia y personal de seguridad. Intenten entrar una oficina de la Seguridad Social. A Ulises le fue más fácil bajar a los infiernos. Mi director de banco, loco por venderme lo que ni puedo ni quiero comprar, intentó justificar por qué suben mucho las cuotas hipotecarias y nada los intereses de los depósitos. Mientras los clientes no se vayan a otros bancos... Otros bancos, para él, eran bancos extranjeros, entidades que están pagando un 3%, un 3,5% por lo que aquí conocemos como «plazo fijo».

Como vemos, todo es cuestión de paciencia, como la que tienen esos ahorradores que hacen largas colas para comprar letras del Tesoro. ¿Por qué una hipoteca media se encarece 3.000 o 4.000 euros anuales y nuestros ahorros no obtienen más allá del 0,5%? Porque tenemos una paciencia infinita, mucho más que el Senado de Cicerón; abusan de ella más que Catilina y las cosas sólo cambian un poco cuando creen que la perdemos. Que es nunca o casi nunca.

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