Nuestra Comunidad Autónoma está sembrada de numerosas presas. Hoy, ponemos el foco en Aldeadávila y lo hacemos por dos significativas razones: el sexagésimo aniversario de su inauguración y su incuestionable excepcionalidad.
Es esta una presa de hormigón del tipo arco-gravedad. Su audaz altura alcanza los 139,5 metros desde el fondo de excavación. La cota de cimentación se sitúa en los 193 metros y la de coronación en los 333 metros. La longitud de coronación es de 250 metros. La bóveda, presenta un grosor máximo de 45 metros, que progresivamente van disminuyendo hasta los 7,5 metros de la coronación. Su sistema de vertederos está compuesto por ocho compuertas de 14x8,30 metros. Los aliviaderos pueden desalojar 11.000 metros cúbicos de agua por segundo. El agua excedente se abalanza por los toboganes de la parte exterior del muro que se van estrechando a medida que descienden. En su base adquieren la forma de un trampolín de lanzamiento que impulsa el agua hacia arriba para que en su caída no erosione los cimientos. El líquido elemento, en su precipitada caída, adquiere una velocidad de 150 km/hora, esto es lo mismo que hablar de 11.600 toneladas de agua a 150 km/hora. Un espectáculo que estremece. Dispone, además, de un túnel-aliviadero con una capacidad total de desalojo de 2.800 m3/segundo y un desagüe de fondo que puede descargar hasta 300 m3/segundo. Este dique es capaz de retener 115 hm3 de agua ocupando una superficie total de 268 ha. El fundador y director general de Saltos del Duero, José Orbegozo, fue pionero en el descubrimiento del potencial hidroeléctrico de ese tramo del Duero.
El autor del proyecto fue el ingeniero de Caminos, Canales y Puertos Pedro Martínez Artola que trabajó con Orbegozo y fue Subdirector de Saltos del Duero y Jefe de la División de Estudios y Proyectos. Presidió el Comité Español de Grandes Presas así como el organismo homónimo europeo. De él se ha dicho que «era un hombre sencillo y modesto en su trato» y que «tenía tal capacidad técnica y de trabajo que sus opiniones siempre eran aceptadas sin más».
Hay que destacar la figura del también vasco Ángel Galíndez Celayeta, máximo responsable de la ejecución de la obra cuyas aportaciones fueron decisivas debido a la gran experiencia que había acumulado en Saltos del Duero.
Las características topográficas y geológicas en Las Arribes, con sus cantiles verticales que pueden alcanzar los 400 m, hacían del proyecto una obra para intrépidos. Al principio, para acceder al cañón, hubo que construir escaleras y andamiajes prácticamente cosidos a las paredes de ambas laderas (unas estructuras de vértigo que desafiaban al vacío). La falta de mano de obra formada y especializada así como la falta de recursos económicos también se dejaron notar. Otra de las grandes dificultades se refería a las acostumbradas crecidas del río en determinadas épocas del año. A finales de 1961 inicios de 1962, el Duero se embraveció llevando un desbocado caudal de 9.500 m3/s y aumentando su altura en 25 metros. Fue la mayor avenida del siglo. La riada se llevó por delante 33 metros del puente que se había construido para el paso de materiales entre ambas orillas. El Ejército restableció la comunicación gracias a la estructura de hierro de un puente Bailey. Pero si los obstáculos fueron grandes, mayor fue la determinación para afrontarlos. Tanto es así, que esta obra fue pionera en la utilización de nuevas tecnologías: barrenas de widia; martillos perforadores con empujador; vibradores de hormigón de alta frecuencia; explosivos con detonantes eléctricos de microrretardo; etc.
Tanto los laterales de la presa como la caverna que albergaría la central, presentaban una calidad de la roca excepcional, así que su extracción se aprovechó para la fabricación de cemento de alta calidad para la propia obra. Cada hora se preparaban entre 125 y 140 m3 de hormigón. La máxima producción diaria alcanzada fue de 2.801 m3 en 21 horas de trabajo (se trabajaba prácticamente las 24 horas). El volumen máximo de hormigón colocado en un mes llegó en agosto de 1961 con 50.860 metros cúbicos.
También constituyó una gran novedad la construcción subterránea, en caverna, de las dos centrales hidroeléctricas: Aldeadávila I, en servicio desde 1962 y Aldeadávila II, desde 1986. Aquí fueron excavados y extraídos 628.500 m3 de roca y fueron recubiertos 48.000 m2 de techos y paredes con malla metálica y cemento proyectado. Excepcional fue también la perforación del pozo de cables que une los alternadores de la Central con el parque de alta tensión ubicado en la superficie: 435 metros excavados en total verticalidad.
La caverna donde se alojan las turbinas tiene 139 metros de longitud, 19 metros de anchura y 40 metros de altura, y se encuentra a 435 metros de profundidad. En la puerta de entrada al recinto subterráneo encontramos, una singular obra de arte del turolense escultor Pablo Serrano: La Gran Bóveda. Un muro curvado con forma de bóveda de 33 metros de longitud, 18 metros de alto, 5.000 m3 de hormigón, 300 toneladas de granito de la propia zona y seis meses de trabajo. Sin embargo, una parte de la obra de Serrano no satisfizo a la empresa hidroeléctrica, lo que provocó la retirada de algunos elementos escultóricos que fueron a parar al vertedero. Posteriormente, se rescataron algunas piezas, que finalmente fueron expuestas en el poblado que se había construido para dar alojamiento al personal de la obra y sus familiares.
El citado poblado (el Salto de Aldeadávila) fue construido en un emplazamiento dentro del propio cañón del Duero, en un rellano sito en una ladera, ocho kilómetros aguas abajo de la presa, donde permanecen los restos del monasterio franciscano del siglo XV que lleva por nombre Santa Marina de la Verde y que fue abandonado en el siglo XIX. Se reconstruyó la iglesia, se convirtió el antiguo cenobio en una hospedería, se construyeron algunas viviendas y se dotó al recinto de servicios básicos y áreas de recreo: escuela, centro de salud, tiendas de alimentación, frontón, piscina…
La presa de Aldeadávila es una obra de ingeniería grandiosa pero no podemos olvidar que se pagó en ella un alto precio a nivel humano: durante los seis años que duraron los trabajos perdieron la vida muchos trabajadores y hubo un elevado número de heridos. Los accidentes más graves se produjeron por caídas al vacío (más de 60 fallecimientos); la explosión en una de las casetas-polvorín (cuatro fallecidos); derrumbes en la ladera de Portugal (nueve muertos). Este doloroso tributo no puede caer en el olvido y procuramos, con estas líneas, que siga vivo en el reconocimiento y en la memoria de nuestros lectores.
Llegamos así al epílogo de este modesto artículo en el que pretendíamos traer a la memoria del lector un hito de la Ingeniería que ahora cumple 60 años, un icono de referencia para las infraestructuras hidroeléctricas. Vaya desde aquí, nuestro sentido y sincero homenaje a quienes con su labor titánica hicieron realidad lo que podría parecer una utopía.
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