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La política no concede tregua y nos arrastra de sobresalto en sobresalto. Cada día con su afán. Consejos de ministros, convenciones de partidos, encuentros internacionales, ruedas de prensa, proclamas y descalificaciones.
Entre tanto, al paso de los bueyes, se van sucediendo las estaciones y nos ... regalan sus luces y sus aromas. Hemos dejado atrás el verano ardiente y sofocante y ha llegado el otoño templado con su sosiego tonificante. Los montes, más perfumados que nunca, abren los senderos en los que, bajo el barrujo y la hojarasca, nos ofrecen regalos en forma de setas. Gracias a los pequeños tesoros insinuados en forma cráter, la gente, la buena gente, cansada de tanta trifulca política, se lanza a recorrer sus faldas y a descubrir haciendo acopio, de manera que si la suerte acompaña, se dará un festín al lado de los suyos. Entre la maleza hacen sus telas perfectas las arañas. Ardillas, liebres, zorros y corzos, nos sobresaltan a veces en los paseos. Y aunque pasan raudos ante nuestros ojos, son un regalo que nos confirma que, pese a la burricie que hay en el mundo, aún queda un poco de vida silvestre que nos hace concebir esperanzas. Las rapaces, con su vista alargada, rasgan los cielos con sus vuelos majestuosos en busca de roedores que llevarse a sus garras. Las alamedas que escoltan el curso de los arroyos y de los ríos, se visten de un dorado fogoso que imanta la mirada. Atrás quedaron ya los días y vendimia y churrumela que nos acercan a los gozos siempre vivos de la infancia, primero en las viñas, luego en las bodegas. Las moscas enrabietadas vuelan a nuestro alrededor anunciando el final de esta estación templada y mágica.
Todavía cuelgan tomates verderones en las huertas que acaso solo consigan madurar bajo una techumbre. Los membrillos, con las ramas vencidas por el peso, muestran sus frutos dorados que servirán de merienda a los escolares durante los días de invierno hasta la llegada de la Navidad. Pero la jalea golosa, elaborada con cáscaras de piel y con los pipos, como dijo en su día Martín Garzo, no aguantará ni una semana. Tales desperdicios, sostenía Gustavo, representan la poesía de la vida, hecha también con sobras y desperdicios. En estos días los amaneceres y los atardeceres resultan más mágicos que nunca, uno de esos regalos que nos recuerdan a Homero que los dio protagonismo en la Odisea.
A veces el ruido furioso que zumba a nuestro alrededor, nos hurta estos placeres templados que nos regala el paso las estaciones. Si un fin de semana sale lluvioso y no podemos salir a disfrutar esta estación dorada en el campo, nos quedan los poetas que enseñan a mirar el mundo con ojos de largo alcance.
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