Todos sabemos que los años borran las fronteras de la prudencia precipitándonos a una osadía ingobernable. Hay mucha desesperación en el atrevimiento y algo de insólito temple en esa tardía y deslenguada rebelión. Hasta ahora, esta actitud era patrimonio de los que habían adquirido unos ... derechos de larga duración. Yo tenía en mi familia una tía que, cuando requería los servicios de alguien, parecía un general de infantería. Su hermana, por el contrario, evitaba mandar pero nunca cruzaba por el paso de cebra y lo hacía en plena carretera y a ser posible en diagonal, para darles un poco más de oportunidad a los conductores de que se la llevaran por delante.
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Los filtros sociales que nos imponemos para poder deslizarnos por la vida se evaporan cuando se acerca el ocaso, y lo digo porque últimamente me inquieta sobremanera el presidente de EE UU. Después de Trump estábamos dispuestos a aceptar pulpo como animal de compañía, pero una vez instalado en la Casa Blanca ya no sé qué pensar. No es que me asusten sus ochenta años, Biden tiene a su espalda un currículum de experiencia política nacional e internacional difícil de emular. Ha sabido escoger a las personas que le han ayudado a estar donde está y renunció a mucho para que Obama brillara. Después de perder a su mujer y a su hija en un accidente, tuvo una niña de su segundo matrimonio que es trabajadora social, y ahora, cuando en el país quieren derogar la ley del aborto, ha expresado su opinión: las mujeres no pueden perder los derechos adquiridos.
Sin embargo, y quizás producto de la exaltación de la juventud que sufrimos en el orbe, de la cirugía estética y de su posición de influidor político, ha caído en la trampa y camina vacilante por esa tierra de nadie que es la aceptación de la edad. No empatizo ni con su aspecto apergaminado, ni con esa lengua que se le suelta cuando se pone la gorra. Me dan mucho miedo las reencarnaciones tardías de machos alfa, la estética testosterónica de gafas de sol y crema hidratante que tan a menudo esconden un cerebro artrósico. El modisto Adolfo Domínguez creó aquel eslogan de «la arruga es bella» pero mucho me temo que la metáfora fue un fugaz espejismo. La edad nos dobla, nos merma, nos da dolores hasta en el pelo y no estamos para grandes zancadas.
Biden no se ha salvado del atroz precio que las generaciones que peinamos canas pagamos por seguir funcionando con el cerebro. Yo no quisiera ponerme gorra, o en mi caso, el aspecto de una muñeca para seguir escribiendo. Si pudiera, le diría que aproveche la osadía que dan los años, que deje de dar saltitos y se quite la gorra pues corre el peligro de romperse la crisma.
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