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Tras los largos meses de confinamiento pasa por mi estudio mi amigo Miguel, el Pentavocálico. Le llamo así porque salpicó uno de sus libros con palabras que llevaban las cinco vocales. Ha perdido dieciocho kilos. Le veo rejuvenecido. Era una pastilla de las que tomaba ... la que me hacía engordar, me dice. Malditas pastillas; a veces te curan y a veces te empujan a la obesidad, un desdoro para un escritor. Nos prefieren flacos como a Cervantes. El caso es que, hablando de todo un poco, me cuenta una historia que me deja estupefacto. Me dice que una sobrina desempeña una responsabilidad en un organismo oficial. Por discreción, no me dice si se trata del cuerpo de Agentes Forestales o de la Policía. A su despacho llegan las solicitudes para entrar en el cuerpo y ella debe revisarlas una por una. Estaba escandalizada porque de las treinta solicitudes revisadas un día, todas fueron a la papelera. Era tal el número de faltas que todas quedaron descartadas. Lo primero es lo primero. Si llega una multa con errores ortográficos puede ser devuelta por el afectado. La falta de la 'u' en Guillén, da lugar a la recusación legítima. Así son las cosas. Una de aquellas solicitudes, todo un folio, no llevaba ni una sola tilde. Ni una. No siquiera en González, el apellido del solicitante. Pero hombre, González, que usted ya ha tenido tiempo de aprender a escribir correctamente su apellido.
Por tratar de ser indulgente, me acuerdo de García Márquez y su intervención tronante contras las bes, las uves y las 'h' prehistóricas en su célebre discurso de Zacatecas. A veces mearía contra la sagrada fachada de la Real Academia, como hicieron los del 27 por no dar de paso nuestros obcecados laísmos. Aunque creo que nos los consienten como un pecado menor. ¿Si Delibes, Umbral o Jiménez Lozano eran laístas recalcitrantes, al tiempo que Premios Cervantes, con qué derecho no voy a serlo yo que aprendí a hablar al lado de una abuela campesina y sabia? Pues ocurre que viene cualquier navarro de Tafalla, porque allí no circulan los laísmos, y te lo afea. En fin, en fin, estamos entrando en terrenos complejos. Pero vuelvo al principio, a esas treinta solicitudes rechazadas porque todas contenían faltas ortográficas que rechinarían a cualquier ciudadano de bien que recibiera en su casa una notificación. El problema se soluciona leyendo y escribiendo. Los jóvenes manejan los móviles con destreza, pero se embarran las manos cuando escriben, a veces incluso cuando escriben su nombre. Podríamos pensar que es una anécdota menor, pero no. Somos radicales. O pasamos de la notificación oficial enrevesada y llena de considerandos, que no se entiende lo que dice, o caemos en faltas palmarias y garrafales.
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