La organización de la miseria
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«La posguerra vírica trae estas escenas. Un viejo nuevo conflicto que nos encuentra débiles y arruinados»La Punta del Morro separa las playas puramente urbanas, coquetas, de Ceuta, de la playa del Tarajal. El sol es el mismo en unas que en otra. El mar se diría que también. Pero el complejo escultórico de hierros y alambres, en el espigón ... que marca la frontera entre Marruecos y la España africana, dice que no. Que allí las cosas son distintas. A un lado de las alambradas están la aduana y las instalaciones de la guardia civil. Al otro, la Fundación Mohamed V para la Solidaridad. Apenas unos metros por tierra. Y unas cuantas brazadas por mar. Nada del otro mundo para ir a nado, si se sabe, desde la solidaridad hasta la Guardia Civil. Qué difíciles las fronteras del lenguaje. Qué frágil la sutura de esta herida histórica, política, social, humanitaria. A los quince muertos que fallecieron ahogados en este trayecto en 2014 se les agrupó bajo el epígrafe de 'la tragedia del Tarajal'. Al paso de los ocho mil todavía no se le ha puesto nombre. Asalto suena a mucho. Coladero, a poco. Tragedia vuelve a estar más cerca de la verdad. Trauma para una ciudad que vive en vilo. Más dolor para los que, partiendo de la pobreza, regresan a la pobreza: cuatro de los ocho mil, por lo menos. Eso que llaman 'devoluciones en caliente', y que surge del aval reciente del Tribunal Europeo de Derechos Humanos. El sistema que reparte el hambre. La «organización de la miseria», que diría Neruda. La posguerra vírica trae estas escenas. Un viejo nuevo conflicto que nos encuentra débiles y arruinados, como el sabio del poema de Calderón. «¿Habrá otro, entre sí decía, / más pobre y triste que yo? / Y cuando el rostro volvió / halló la respuesta, viendo / que otro sabio iba cogiendo / las hierbas que él arrojo». Los hay más tristes y más pobres. Y contados por miles de millones. Porque hay pobres entre los pobres, como hay chantajes insoportables. Empezando por el de la guardia mora de la frontera del reino de Marruecos y terminando por la propia manzana de la discordia: ese Brahim Gali que entró en el hospital de Logroño disfrazado de argelino. Y al que ahora la Audiencia Nacional investiga por opresión y torturas a los saharauis disidentes. El camino, en este caso, de la solidaridad al esperpento político. Pasando por el abuso de los niños. Esperemos que con escolta de la Guardia Civil, por mucho que le alborote a la ministra de Asuntos Exteriores.
Es una vergüenza para todos, empezando para ellos mismos, que el conflicto de la República Árabe Saharaui Democrática siga siendo una eterna página en blanco en la agenda de Naciones Unidas. Quienes hemos tenido la oportunidad de visitar este país sin país sabemos bien hasta qué punto el desierto argelino apenas ha servido para darles más pobreza a los pobres, a los que el colonialismo español ni pudo ni supo nunca dar respuesta adecuada. Carne de cañón, por otra parte, para los radicalismos. En plena frontera del fundamentalismo islámico.
Y en el ojo del huracán del gran asunto de los próximos años. O decenios. El de la incontinencia de las fronteras. Tempestades que aún parecen pocas para los europeos que tantos y tan violentos vientos hemos sembrado en África desde el siglo XIX. Por poner en números romanos un guarismo histórico con el que entendernos.
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