Hasta las orejas

Aclarada nuestra posición general –la de Rajoy, es complicado–, consistente en que lo que nos encanta son las cosas que no funcionan y que nuestro hábitat natural son las chapuzas, de las que nos reimos, nos quejamos y, finalmente, respiramos aliviados porque así nadie nos sacará de nuestra zona de comodidad. Los ejemplos se disparan en el comienzo de año, con el bodrio de la ley de 'solo sí es sí' y el ofrecimiento a Ucrania de tanques Leopard en los que faltan los agujeros, que diría Gila, en cuya guerra usaban para desmoralizar «un 600 con un enano que en lugar de disparar, insulta».

Pero no nos desanimemos y caigamos en la melancolía por ese farol que nos han cazado, porque todo en chapuzas es susceptible de empeorar. Y precisamente la penúltima ha sido el ejemplo que tomó Camba, el tren, pero no por esa puntualidad que no nos conviene, sino porque los diseñados para las líneas de Cercanías en Cantabria no caben en los túneles, que, maldita sea, son del siglo XIX, los muy taimados y nada progresistas.

Les ha ocurrido porque no llamaron al Gobierno de Australia, que ha decidido no incluir la cara de Carlos III en los billetes de cinco dólares. Argumentan que es para superar el pasado colonial, aunque sospecho que midieron y pensaron que resultaría raro un rey sin orejas.