![Ordeñadores de gallinas](https://s2.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202002/15/media/cortadas/sender-kZk-U10016041674228-624x385@El%20Norte.jpg)
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He conocido gente mayor que, en vez de decir así, decía ansí. Supongo que son formas residuales de nuestro idioma que quedaron congeladas en algunas comarcas y que enlazan con la lengua del Arcipreste de Hita. Por supuesto que, aunque extraña, es una manera natural ... y respetable de usar la lengua. Estaría bueno. Nadie se puede arrogar superioridad lingüística. De hecho, la Academia de la Lengua lo que hace es sancionar los usos y aceptar las variantes dialectales. Les cuento esto un poco escandalizado tras pasar unos días en Zaragoza, ciudad abierta, batida por el cierzo moncayés.
En algunos círculos se habla allí de la recuperación del aragonés que suena, ansí, ansí, como un castellano troglodita. Es como si pretendieran que las mujeres salieran a la calle con las enaguas de la abuela y los hombres con los zaragüelles del abuelo. Una falta de sentido. Pero, cuidado, porque los tercos aragoneses, aunque minoritarios no están solos en el empeño. Por lo que sé, también en León hay algunos lumbreras embarcados en un movimiento nostálgico parecido.
Y otro tanto ocurre en Asturias con el bable, llamado ahora asturiano. ¿Estamos locos? Pues ansí, ansí. Uno lee los periódicos, escucha la radio o ve la tele en Zaragoza, León o en Oviedo y no nota diferencia sustancial con la manera de hablar de Soria o Almería. Circula el castellano con sus variantes fonéticas y nos entendemos a las mil maravillas. Sobre todo si lo que tenemos entre manos es una operación comercial.
En ese caso, se esfuman los particularismos. ¿Qué hay detrás de estos movimientos retrógrados? Uno sospecha que la sombra de mandarinatos, es decir, cursos, sinecuras, controles, afán de poder local y vuelta forzada a una manera de hablar que el tiempo ha convertido anacrónica. Como si los viejos trilleros y tratantes cantalejanos se empeñaran ahora en implantar en las escuelas la gacería, una jerga local de trescientas palabras que usaban cuando corrían las ferias.
No quiero pensar en lo que les parecerían a Ramón J. Sender, tan aragonés, a Ángel González, tan asturiano o a Antonio Pereira, tan leonés, estas corrientes que enlazan con lo mejor de esa tendencia acentuada hacia el particularismo aldeano y la historiografía huera por afán de desgarrar otro poco la manta que nos abriga, el castellano llano de la Españita, ñita, que diría Francisco Pino. Pero es posible que para los lumbreras, Sender, González y Pereira sean considerados traidores. Supongo que no les será fácil, pero no deberíamos confiarnos demasiado que el mundo anda ansí, ansí y el nacionalismo cegato, como se ve, parece que no se acaba nunca.
El mundo está lleno de iluminados ociosos a los que, para darles tarea, acaso habría que ponerlos a ordeñar gallinas.
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