El presidente del PP, Pablo Casado. Quique Garcia-EFE

La 'oposición implacable'

«La fuerza y la firmeza en la defensa de la opción propia es legítima en democracia pero no la marrullería, ni el incumplimiento de las normas y de los usos democráticos, ni la agresividad que descalifica al otro»

Antonio Papell

Valladolid

Martes, 7 de septiembre 2021, 07:49

Fuentes del principal partido de la oposición afirman oficiosamente que Casado está convencido de que una oposición implacable y dura contra el Gobierno de Sánchez le proporcionará «el cambio de tendencia» que a su juicio ya está a la vista de manera clara, que ... habrá de permitir a la derecha gobernar las próximas elecciones, que podrían adelantarse si el PP encontrara un improbable asidero para conseguir tal anticipación.

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Tal campaña incluye un rosario de sondeos privados que, aunque sin crédito, faciliten el clima adecuado. El CIS, tan denigrado por el PP pero que al cabo es la única institución que tiene los medios para realizar sondeos fiables, no detecta tal despegue de la derecha. Y la palabra que mejor define la respuesta a la campaña es 'escepticismo'. Primero, porque es muy vieja la táctica de afirmar que existe una masiva presión allá donde solo hay humo, y segundo porque no se pueden hacer fabulaciones electorales a dos años de unas elecciones.

No hay evidencia alguna de que el irascible y gritón Casado avance un solo paso en la conquista del prestigio popular, y sí está extendida la sensación perceptible -basta leer los periódicos, incluso los cercanos al PP- de que la ciudadanía está orgullosa de que se haya conseguido el 70% de las vacunaciones en verano -Casado llegó a decir que harían falta cuatro años para semejante hito-, que aprueba en líneas generales las políticas antipandemia teniendo en cuenta que ha habido que improvisarlo todo, y que se siente muy acompañada por la Unión Europea en el camino de reconstrucción, que esta vez no será, como la anterior, un austericidio con especial ensañamiento en los pobres, sino un proceso de crecimiento y modernización bien financiado y equilibrado, con atención preferente a los menos favorecidos. Cuando Rajoy se fue del poder expulsado por una moción de censura vinculada a la corrupción del partido, la crisis 2008-2014 quedaba atrás pero la pobreza severa seguía duplicando la de antes de aquella doble recesión en España.

Ahora, en cambio, ha habido recursos para mantener latente la actividad económica y evitar la destrucción masiva del sistema productivo, y llegan los fondos 'Next Generation' para aprovechar la coyuntura y reconstruir y modernizar el sistema económico, en un esfuerzo conjunto de toda la Unión. No debe tener difícil el gobierno capitalizar la resiliencia del modelo si lo gestiona con inteligencia y sentido común. De momento, ha tenido que vencer -y lo ha hecho con facilidad- las presiones del PP ante sus conmilitones en Bruselas para desacreditar al gobierno español, que sería a su juicio incapaz de manejar unos recursos tan cuantiosos. Pero Casado se ha encontrado con la contrariedad de que a él no le conoce nadie en Bruselas y sí todo el mundo a Nadia Calviño.

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La opinión pública sensata, de cualquier adscripción ideológica, no aprueba tales artimañas, que muestran un aire montaraz y que no tienen lugar en los países más consolidados y seguros de la UE, como tampoco puede entender muy bien el bloqueo del Consejo General del Poder Judicial, que hoy se rige por una ley que auspiciaron Rajoy y Ruiz Gallardón, con el pretexto de que ahora hay que cambiar el procedimiento.

La democracia española es todavía joven pero hay reglas que ya se han vuelto clásicas, y que delimitan zonas de consenso -asuntos en los que la discrepancia tiene que disimularse y concertarse porque están en juego razones de Estado- y zonas de disenso en las que el debate puede y debe ser todo lo vivo, implacable y encendido que se quiera, dentro de los límites de la Constitución. Lo que no vale es la ira, la deslegitimación y la descalificación del adversario porque se ambiciona avariciosamente el poder.

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La fuerza y la firmeza en la defensa de la opción propia es legítima en democracia pero no la marrullería, ni el incumplimiento de las normas y de los usos democráticos, ni la agresividad que descalifica al otro. Para gobernar hay que tener cualidades y también para ejercer la oposición: cierta delicadeza, el respeto al adversario, el amor a la verdad y el recurso al sentido común son herramientas de las que ningún candidato al poder debería prescindir.

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