El ómicron es, como todo el mundo sabe, la última variante del virus de la covid-19 que ya ha registrado al menos otras cuatro. Esta última se caracteriza al parecer por abarcar varias mutaciones, pero no ha habido tiempo de detectar ni su ... contagiosidad ni mucho menos su letalidad ni el efecto de las vacunas sobre ella. Nada indica pues, que sea más agresiva que las otras o que haya que modificar la composición de los fármacos vacunales actuales.
Pese a ello, a que no hay indicios de la peligrosidad del nuevo virus ni sospecha de que sea más temible que las variantes anteriores, ha cundido esta vez un pánico especial. Se han cortado súbitamente las comunicaciones entre Sudáfrica y el resto del mundo, se han hundido las bolsas, se han declarado medidas especiales en varios países de Occidente. Y nada cierto se sabrá al menos en dos semanas, que es el tiempo que se tarda en realizar los estudios que aclaren la situación. En España y en Portugal ya se han declarado los primeros casos.
En esta reacción excesiva hay probablemente algunos gramos de mala conciencia. La comunidad internacional sabía y sabe que el virus es global y que, mientras la vacuna no sea también global, habrá facilidad para el surgimiento de variantes, alguna de las cuales podría quedar fuera del arco de protección que hoy abarcan las vacunas. La solución no consiste en aislar el ómicron para retrasar el contagio sino en intensificar y acelerar la vacunación del tercer mundo para cercar al virus y acabar extinguiéndolo. Costará tiempo y dinero, pero la fórmula no tiene opción alternativa.
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