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Hay en nuestra vida un terapéutico olvido sucesivo que nos permite vivir sin que nos falte el aire. Las tragedias, los dolores, las demoledoras noticias bajan la intensidad en cuanto los días pasan escupiendo acontecimientos, dándole la razón a ese refrán que dice que el ... tiempo todo lo cura. Apenas recordamos acontecimientos que un día nos hicieron vivir en vilo; y si ahora no se celebrara el juicio por los atentados del Bataclán de París, la mayoría de nosotros no lo tendríamos presentes. El olvido sucesivo… Del sobresalto de aquel mundo silencioso en que nos encerramos hace casi un par de años para ponernos a salvo de un desconocido virus que nos igualaba en el miedo queda muy poco. La memoria traumática de las ciudades vacías, los aplausos en los balcones, Venecia sin turistas, los restos de una incredulidad que hemos convertido ya en hábito, las mascarillas en el bolso, los escasos abrazos, las cintas disuasorias en la sala de espera, la distancia de seguridad…
Este verano, del que ya se alejan los escolares a unas aulas más normalizadas, empuja un poco más ese olvido. En las zonas costeras, en las islas, en los rincones acunados por el silencio, se retiran los turistas hacia sus lugares de origen dejando la huella de un bullicio que se irá apagando en el otoño. Dicen los oriundos que la temporada se cierra con beneficios gracias al turista nacional. Que las familias con metro y medio de flotador con forma de unicornio y sombrilla de colores han salvado los muebles de esa factura que parecía impagable. Al parecer el producto nacional gasta más, somos más inquietos, hacemos excursiones, comemos helados y compramos recuerdos. La curiosidad nos guía y la prudencia no nos asiste. Los lugares tradicionalmente ocupados por un turista anglosajón que descansa, lee y cena a las ocho no ha venido.
Eran demasiadas normas, pruebas y cuarentenas, así que se han quedado en casa hasta que el olvido les alcance también a ellos. Ahora empieza el asentamiento, la recuperación de esos espacios abandonados, la vuelta al puesto de trabajo, a la reunión de vecinos en el portal, a la celebración de todos los cumpleaños aplazados y la digestión de esas normas a las que hemos estado sometidos durante dos años. El olvido irá pasando su mano sobre las cicatrices hasta hacerlas imperceptibles y si nos ayudan los políticos a no enturbiar el aire que respiramos todo irá bien; el ser humano ha vuelto de sus últimas vacaciones. Habrá sobresaltos, como siempre los ha habido, pero existe el olvido sucesivo y la capacidad infinita de que la literatura pueda dar testimonio de lo que no hemos sido capaces de contar.
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