Como en España a los muertos por coronavirus no les hemos hecho mucho caso, se han vengado de este olvido de los vivos, haciendo cierto aquello de Unamuno que llamó a su patria «corral de muertos», que corro de finados y no otra cosa ... ha sido esta larga cornada pandémica, que empezó con el morbo del recuento, prosiguió con el insensato ocultamiento del palacio de hielo y otros panteones de la improvisación, continuó en la temeridad del desconfinamiento y se ha instalado en el récord europeo de contagios: 3.600 solo en las últimas 24 horas. Ahí es nada.

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Esto ocurre porque la campaña obsesiva del Gobierno en la pandemia ha sido concienciar de que la muerte no existe, que es una abstracción, y que a los españoles nos entran mejor en las meninges los aplausos y los niños en pijama asomados a los balcones. Mucho infante en primavera, pero los coles sin barrer aún y estamos a unos días de que empiecen las clases. Esto a la ministra Celaá, la más rica del sanchismo –tres viviendas, dos terrenos rústicos y más de 150.000 euros en su cuenta, medio millón de euros en fondos de inversión y acciones en diferentes empresas – le preocupa poco o nada, como podremos comprender. Y al de Universidades, ni está ni se le espera.

Anteayer la ministra Celaá se refirió en la Ser a los «niños cuarentenados», así que uno se puede imaginar la idea que tiene esta señora de los colegiales, a los que también, como el presidente con nuestros muertos, les ha hecho otra abstracción pedagógica, teórica y funcional. Por si fuera poco, esta semana se ha sabido por un vídeo que, además de olvidarlos, algunas energúmenas se ocupan y preocupan de rematar al personal, como las dos 'cuidadoras' de una residencia de Terrasa, que maltrataban y se mofaban de sus mayores, que no se podían defender de estas harpías. Hemos desarrollado ante el muerto y el enfermo una incomprensión y hasta un rechazo visceral y combativo, llegando a borrarlos de la foto, porque son de mal gusto. De ahí esta celebración estival, colectiva e irresponsable: para desmitificar a la desesperada a nuestros fieles difuntos. Menos mal que está la memoria oficiosa de los cementerios, la incomodidad chivata del sepelio, porque si fuese por la estadística oficial, aquí no ha pasado nada.

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