De todas las regiones, nacionalidades -o como Dios quiera que se llamen- que hay en España, ninguna resulta tan compleja y caleidoscópica como Andalucía porque nada hay más inexplicable que la naturalidad. Curro toreando con aquel capotillo sobre la elipse de la primavera de Sevilla, ... vórtice de todas las leyes del Universo, en realidad era un señor que cogía el toro aquí y lo dejaba ahí, no más allá de donde le llegaba el brazo. En esa sencillez se ancla la torería que decía Pepe Luis Vázquez que venía y se iba como el aire, y también el barroco, que contaba un gitano que le enseñó la Catedral de Sevilla a mi padre que era «barro 'cosío'».
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Un día en que estábamos viendo las procesiones de Semana Santa por la televisión local, un locutor comentó la imagen de un pibe que se sujetaba el móvil con la mano derecha sobre la oreja izquierda y personificaba, según decían, el afán barroco de Sevilla. Lo barroco es -siquiera- pensarlo.
Macarena Olona se hizo candidata a la Junta de Andalucía siendo de Alicante y no funciona. Llevo unos días preguntándome por qué. En realidad, asusta siquiera insinuar que una de Alicante no puede ser presidenta de la Junta de Andalucía por la partida de nacimiento. Si lo estuvieran diciendo los independentistas de un candidato extremeño a la Generalitat, estarían pitando todos los medidores de xenofobia. Quizás ocurre porque la campaña de Olona tiene ese punto extraño de seriedad y de susurro de a ver si me voy a enfadar que en Andalucía se da tan poco, una cosa como de estar a punto de saltar, una tensión erótica que castiga y que se entiende mejor en Madrid que en Matalascañas, una campaña casi de cuero y zapatos de chúpame la punta.
En el tono bajo -que por momentos sí que le funciona en el Congreso- se insinúan elípticamente algunas furias y me pasa un poco lo mismo que con el susurro de Pablo Iglesias que, cuando hablaba bajito y lento, me recordaba al fontanero de la porno, pues se guardaba algo y sabía cómo terminaba la historia y el yatusabes. Si algo bueno tiene la coyuntura olónica es que se pueden decir de doña Macarena que está haciendo una campaña con látex sin peligro a que a uno le pongan una denuncia ante alguna comisión de Igualdad, que es lo que pasaría si se escribiera lo mismo de Irene Montero o de Lilith Vestrynge.
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Quizás la holgura provenga del hecho de que se vaya por ahí recordando que es una mujer como de un cuadro de Julio Romero de Torres, esto es, que no es andaluza, pero se le ve la pinta. Ahí prende un andalucismo como de flequillo coplero, tarde de toros con Morante de la Puebla, puro habano y traje de gitana en la Maestranza, un atrezzo folclórico andaluz que el andaluz no necesita. Yo mismo, que me considero euscaditano y desde que viví en Andalucía cuatro años me adscribí a la condición de censo fluido, por nada del mundo se me ocurriría presentarme a presidente de la Junta subido a un caballo vestido de corto. Porque nadie me iba a creer y porque, sabiendo montar, solo pensarlo me da como alipori.
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