Envejecer es perder la capacidad de sorpresa, aún así leo con estupor que los allanamientos y usurpaciones están a la orden del día. Y eso no es todo, en Valladolid se venden pisos con okupas para que sea el comprador el que se haga cargo ... de estos peculiares inkilinos y resuelva la papeleta.
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Desde luego, este país es un esperpento. Aquí el derecho a la propiedad es algo tan etéreo e irreal como el derecho a la felicidad en la Constitución USA. Se fuerza el cerrojo, se engancha la luz, se asientan los reales y, si es menester, se pide protección a la policía para que bendiga cada rincón de la casa. De traca.
Bajo la retórica revolucionaria del compromiso social, desde el gobierno nadie quiere tomar cartas en el asunto. O se hace la vista gorda o, directamente, se defiende la okupación fingiendo vivir en una de aquellas edades doradas y mitológicas en que, como dijo don Quijote, se ignoraba el «tuyo» y el «mío». Jauja.
El fenómeno, liderado ya por mafias que campan a sus anchas, degrada los barrios, perjudica a propietarios y vecinos y beneficia al lobby de las alarmas y a mediocres personajes populistas que han hecho carrera en política como la naif Ada Colau, que hasta hace poco se proclamaba «antisistema». Y ahí se las den todas.
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Desgraciadamente hace falta ser rico para poder sostener una vida protegida, alejada del barrio y sin riesgos como la de todos los Iglesias-Montero que han huido del mundanal ruido y ahora okupan el poder.
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