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Ya es mala suerte. Para una vez que hay sesión digna de palomitas en Zaratán desde que nos quedamos sin sus salas de cine –ronda el año–, el alcalde de Valladolid nos corta el paso del Puente Mayor para limpiar el cauce atorado. Oportunidad perdida ... de asistir a un espectáculo que no contempla reposiciones. Sin embargo, y aunque él (el alcalde) sea culpable de prácticamente todo lo que nos ocurre –que para eso también está y nos los recuerdan a diario Pilar del Olmo y José Antonio de Santiago-Juárez–, no parece que los troncos, las ramas y los palos arrastrados por la corriente crecida del invierno sean fruto indeseable de alguno de sus negociados. Eso sí: empujan amenazantes los tajamares milenarios que están a nuestra custodia, obturan los ojos de la construcción y condensan una colección inoportuna de materiales que debieron continuar su peregrinación río abajo para ser problema de otro; cuestión esta que sí compete a Óscar Puente, aunque la finalidad no sea tan egoísta como aparenta. Permitir que todo fluya río abajo es una condición natural. Todas estas aguas turbias llegan hasta nosotros después de haber erosionado vidas y milagros. Llevan disuelto un pasado por el que no preguntaremos y habrán de irse tras una breve convivencia con igual condición. La buena relación entre seres humanos y entidades fluviales se fundamenta en que ambos estamos de paso: a nosotros nos disgustan las aguas estancadas y a ellas les ocurre lo mismo con los hombres. Aunque ya habrá dispuesta por ahí alguna tesis consagrada a la pureza y la integridad del entorno que hable en favor de las maderas varadas tras las riadas y sostenga que la impedimenta al sereno curso de los cauces es el puente dispuesto en ese lugar desde que la condesa Eylo tuvo a bien. Pero podemos asumirlo.
A menudo barajamos tantos puntos de vista como ramas enmarañadas que se enzarzan entre los pilares de nuestro puentes y en ocasiones, al hacer limpieza, podemos llegar a tirar del tronco que no es hasta llevarnos puesto el tarugo que no queremos. Es una constante. El Partido Popular de Castilla y León, por ejemplo, puede calificar de indigna la simple idea de una moción de censura al gobierno de la Junta durante la pandemia, mientras un pleno municipal en Zaratán desbanca a la socialista Alejandra Fernández con los votos de Ciudadanos, Vox y el transfuguismo en un tiroteo dialéctico y enmascarillado digno de llegar a la gran pantalla tras un cruce tan complejo de diatribas que ni John Sturges resolvería con tres cámaras; con sus magistralmente medidas dosis de drama, comedia y excentricidad, gracias a un elenco actoral distribuido entre las fuerzas políticas en liza, capaz de repartirse lealtades, traiciones y desobediencias disciplinarias azarosamente entretejidas para otorgar el bastón de mando a Roberto Migallón. Entretenida, que diría Carlos Pumares. Aunque yo creo que el respetable, en directo y a juzgar por las crónicas, no hubiese tenido suficiente con un cubo de palomitas.
El Duelo en OK Zaratán es un alarde espectacular de inoportunidad, un atolladero varado en el ojo más débil del puente que populares y ciudadanos alzaron apresuradamente y sin planificación justo antes de que la pandemia nos desbordara a todos. Esos pilares sí que están pidiendo a gritos una limpieza antes de que la presión sea insoportable, antes de que las aguas se estanquen y los castellanos y leoneses comencemos a hacerle preguntas inopinadas al cauce. Si Fernández Mañueco e Igea creen que el tajamar de la salud pública va a aguantar sine die, es probable que se los acabe llevando la corriente río abajo con todo el parapeto. Entonces serán, eso sí, problema de otro.
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