Ofendiditos en la red
Dados rodando ·
«Son, por decirlo pronto, tan insoportables como estólidos, pero su actividad lejos de medrar goza, lamentablemente, de una excelente buena salud»Dados rodando ·
«Son, por decirlo pronto, tan insoportables como estólidos, pero su actividad lejos de medrar goza, lamentablemente, de una excelente buena salud»Están agazapados a la vuelta de un tuit, atentos a cualquier manifestación verbal o escrita y prestos a saltar inmediatamente sobre sus víctimas para hacerles un auto de fe en plan: «¡uy lo que han dicho!». Muestran su escándalo a cada paso y no dejan ... de afilarle la punta a toda expresión que pueda ser retorcida o sacada de contexto. Se diría que hubieran sido muy felices en tiempos de la Inquisición, porque tienen alma de chivatos y vocación de policías del otro lado del telón de acero.
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Son los 'ofendiditos', entes humanos dedicados a estigmatizar a cualquiera para solicitar su destierro, deseando vehementemente poder decretar su muerte civil. Se escandalizan con inocentes películas de Disney por supuestamente machistas, homófobas, racistas o políticamente incorrectas; arremeten contra obras insignes de la literatura universal, por los mismos motivos, y actúan como oráculos de lo que debe o no debe decirse. Son, por decirlo pronto, tan insoportables como estólidos, pero su actividad lejos de medrar goza, lamentablemente, de una excelente buena salud.
Opinan de todo con ánimo infalible, se la cogen con papel de fumar y se enojan si en una dulcería anuncian, por ejemplo, 'brazo de gitano'. Sus melindres alcanzan cotas lisérgicas sustituyendo los debates públicos de toda la vida por equivocados prejuicios personales que piden lapidaciones. Parecen suspirar por una sociedad totalitaria donde solo sus mentes enfermas tengan la posibilidad de imponer su criterio y de dictar aquello que conviene o lo que debe de ser conjurado.
Desean convertir a los ciudadanos en vigilantes y organizar partidas de la porra para castigar a librepensadores y rebeldes que no se atengan a sus aborrecibles códigos. Su medio ambiente son las redes sociales, en las que vierten veneno mezclado con sus particulares frustraciones que aspiran a sentar cátedra. Todo, en un ecosistema de higienismo moral que persigue la limpieza mental alejada de cualquier atisbo que rebose la estrechez de su ultracorrección politica.
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En otros tiempos, grandes escritores no habrían podido publicar algunas de sus obras, al igual que señeros directores de cine hubieran tenido que velar las bovinas de sus peliculas para no provocar taquicardias en almas tan extremadamente sensibles. Con el pretexto de defender la pureza ideológica, caen en el ridículo derivado de lo abyecto, mientras señalan con vehemencia a quienes osan salirse del redil. Malos tiempos para la lírica y la libertad sabiamente disidente.
Ocurre, empero, que estos especímenes suelen tener éxito en sus amenazas que luego se multiplican en ruido y furia digital, por eso hay quienes prefieren callar antes que exponerse al escarnio publico y a la destrucción de sus honorabilidades y trayectorias personales. En la última consecuencia de su locura, enarbolan la denominada cultura de la cancelación, que no tiene nada de lo primero y traduce malamente del ingles el segundo término, que trasmutan a un intento de borrar del mapa de la historia a los discrepantes que se atreven a desafiar sus dicterios.
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En el fondo, hay mucha gente que encierra en su interior un impulso justiciero cargado de odio y animo de incordiar a los demás. Personajes tristes y oscuros que alimentan su resentimiento por las esquinas de Internet justificando sus miserias con un animo delator que este bendito país conoció en otros tiempos tan pretéritos como felizmente olvidados. Por eso hay que poner límites democráticos a los energúmenos, para que no arrollen la libertad de todos. Conviene que lo sepa y lo tenga en cuenta Elon Musk, el nuevo baranda de Twitter tras comprar la compañía por 45.000 millones de dólares. La gran e inquietante pregunta es: ¿para qué?
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