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La carta del director ·
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La carta del director ·
«Dirigentes, líderes sociales, económicos y mediáticos manejan con descuido los símbolos, las formas, los ritos, las normas no escritas propias de la democracia»La asonada vivida esta semana en el Capitolio, con cientos de seguidores del derrotado Donald Trump bramando por una insurrección contra la victoria del demócrata Joe Biden, sirvió para que todos ponderáramos de nuevo la fragilidad de un modelo de organización política, el del ... estado de derecho social y democrático, basado en la formación de mayorías, el respeto a las minorías, el diálogo y el imperio de la ley. En España observamos el episodio con especial interés porque aquí, con todas las distancias entre unas realidades y otras, no hace tanto que pudimos conocer en carne propia qué pasa cuando cargos electos deciden hacer lo que el concejal de Hacienda de Valladolid y portavoz del PSOE en el Ayuntamiento, Pedro Herrero, definía con acierto en Twitter. «Reconocerás al maltratador de la democracia por: 1. No acepta un no. 2. Necesita la bandera para tener razón, esconderse o golpearte... Por tu bien. 3. Dirá 'nadie te va a querer como yo'». A algunos dirigentes de Vox, fervientes admiradores de Trump, se les ve ese plumero totalitario, pero qué duda cabe de que esas tres características del «maltratador de la democracia» encajan a la perfección con los actos reales y reiterados de figuras como Junqueras, Forcadell, Puigdemont u Otegi... Como planteaba otro usuario de la misma red digital, lo del Capitolio ha elevado, por ejemplo, la cotización de los indultos a los secesionistas catalanes condenados. No será tan fácil justificarlos cuando en ninguno se aprecia ni una pizca de arrepentimiento.
Las palabras grandilocuentes sobre lo sucedido en Estados Unidos y los análisis sesudos y de expertos explican gran parte de los vectores concretos que han hecho posible la barbaridad del miércoles en su capital. Pero la causa profunda de ese movimiento viene formándose desde hace muchos años y tiene que ver con dos aspectos. Uno es la frivolidad y descuido con que dirigentes, líderes sociales, económicos y mediáticos manejan los símbolos, las formas, los ritos, las normas no escritas propias de la democracia. Hace mucho que todo vale. Escraches –incluso a la Justicia–, quemar fotos del Rey, blanquear formaciones ultraderechistas o filoterroristas… Ningún partido está libre de culpa. Y el otro es el modo como el debate político institucional y útil, el de altura, se ha visto mimetizado en la cháchara digital de las redes. Recuerdo, a modo de ejemplo de lo primero, cómo en 2011 José Antonio Monago ganó las elecciones en Extremadura, en minoría, tras 28 años de socialismo y en una entrevista me dijo que si Fernández Vara acababa siendo jefe del Ejecutivo regional con apoyo de Izquierda Unida –que finalmente apoyó la candidatura del PP–, él no usaría el tratamiento de presidente con Vara: «Cuando no gana los votos y recurre a la aritmética y la subasta, es menos presidente o al menos un presidente que no comienza en mayúsculas». Él se quedó tan fresco y yo, atónito. Y traigo, como síntoma de lo segundo, el último rifirrafe Igea-Puente en Twitter, a cuenta de la cabalgata de Reyes. Igea y Puente son dos políticos de raza, temperamentales, buena gente, demasiado directos, con ese punto de soberbia que proporcionan las gestas electorales dentro y fuera del partido. Creo que cada vez que hacen política en Twitter, mucho más para chocar, menosprecian el valor formal de un pleno municipal o de Las Cortes, las comparecencias públicas con preguntas o el simple silencio, esa expresión de la prudencia que tan bien dominan los grandes estadistas, como una alternativa que contrasta con el cacareo constante de quienes no tenemos sus altas responsabilidades. No me hagan caso, pero creo que todo dirigente que deba su posición a un proceso democrático tiene un deber con el sistema que va mucho más allá de hacer lo que sea por ganar al adversario. A menudo solo consiste en proteger el papel que le concede la ciudadanía diferenciándose, hoy sobre todo en las redes, del que cumplen otros protagonistas: los ciudadanos, los tertulianos, los afiliados o simpatizantes de cualquier sigla, los expertos… Sigan sin hacerme caso: tan pésimo para el clima democrático es un periodista metido a actor político como un político que dedique demasiado tiempo a crear relatos, construir ingeniosos argumentos populistas o, sencillamente, comentar la actualidad. El votante se lía y acaba eligiendo a tipos como Trump.
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