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No, no viene desde la Guerra Civil la separación entre los españoles, las dos Españas que siempre acaban por helarnos el corazón. Fue aquel maldito rey, Fernando VII, y la guerra de la Independencia, los que sacaron lo peor de nosotros: el odio. Los ... afrancesados, los realistas, los isabelinos, los carlistas, los ilustrados... Allí nació esta división tan incomprensible, este rencor antiguo al adversario que cada día vemos en el Congreso de los Diputados, en las declaraciones de los líderes políticos, en las acusaciones que se lanzan como cuchilladas mientras nos hundimos en el barro, brutos de Goya.
La palabra España se nos ha podrido en la boca, no genera entendimiento más que si ganamos el Mundial. Es decir España y sacar a relucir las navajas. Es decir España y creer que sólo los de un lado tienen razón; que los otros la mancillan. ¿Qué nos pasa? Porque ese odio partidista, esa rivalidad, el enfrentamiento, sólo nos afecta en el ámbito de lo español. España nos envenena. No veo esas acusaciones en las comunidades autónomas, el odio entre políticos, el escupitajo entre sus habitantes. ¿Quién saca la navaja por Castilla o León, por ejemplo, o por La Rioja o Andalucía? Aquí, en la Junta, veo que los políticos pactan, que nadie sube a la tribuna con ánimo guerracivilista; veo que la idea que cada cual tenga de hacia dónde ha de tirar esta tierra no nos hace cargar las escopetas. Ya sé, ya sé que me hablarán de Cataluña, de Euskadi... Son tan parecidas a España... A lo mejor hay que prohibir esa palabra, dejar de envenenarnos la sangre, de que nos la envenenen.
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