Odio

Las agresiones al colectivo LGTBI se han disparado en el primer semestre de 2021, también de acuerdo con Interior, en un 43,5% respecto del mismo periodo anterior, pero si el árbol de la falsa denuncia del chico de Malasaña no debería «impedir ver el bosque», tampoco los otros bosques fuera del colectivo; el odio no deja de renovarse, de encontrar nuevos objetivos sobre los que abalanzarse. Si hoy son los homosexuales y demás miembros del colectivo quienes tienen la diana en la nuca, mañana pueden ser —volver a ser— los inmigrantes que saltan la valla, aun antes de saltarla.

El odio se alimenta de la debilidad y de la ilusión: no es en realidad necesario que se den las circunstancias (el extranjero que quita el trabajo, la violación del mandato de Alá que supone cohabitar con una persona del mismo sexo o comer carne de cerdo, etc.) que enarbolan los odiadores para que los odiadores odien. Basta con que se convenzan a sí mismos. Ocurre que es más fácil convencerse si se cree que puede tenerse éxito con mayor probabilidad, y así la hormiga (pisotón) es más vulnerable que el elefante.