El odio
La carta del director ·
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La carta del director ·
«No acierto a ver en la decisión de Arrimadas ningún interés táctico, sino una convicción sincera de hacer lo correcto a pesar de todo»Adriana Lastra, portavoz del PSOE, llamaba el miércoles al número dos del PP, Teodoro García Egea, «cacatúa» desde la tribuna del Congreso de los Diputados. Lo peor no fue eso, sino que su insulto excitó el aplauso encendido y cerrado de toda su bancada. ... Días atrás, el senador Rafael Hernando, del PP, quien en su momento ocupara el mismo puesto de Lastra con Rajoy de presidente, se desahogaba con este mensaje en Twitter: «La ministra podemita del paro pretende ser ahora la promotora de los ERTES [sic], que el PP creó en la reforma laboral y que PSOE e IU rechazaron, y se inventa que hemos votado en contra. Otra mentira más de una ministra incompetente e ignorante. Trágico récord de paro y ella tan contenta». Hace un mes, Hernando se burlaba del aspecto del ministro de Universidades, Manuel Castells: «Lo de que los ministros vengan al Senado con la camiseta del pijama, el pelo alborotado y recién levantados de la siesta.... Como que no lo veo». Son tres ejemplos recientes (hay miles y crecen a diario) de políticos de todos los colores, escalas y demarcaciones que llenan, desde primera línea, el debate público de insultos y una despectiva bisutería dialéctica.
No es inocuo. Como resultado de lo anterior, no solo, pero también, se van achicando de tal manera los espacios reservados a la centralidad –es decir, a la humildad, a los proyectos colectivos y plurales, al consenso, a la cesión, a la cordialidad, a la empatía, a la simple educación– que una postura como la defendida por Ciudadanos y Arrimadas para apoyar al Gobierno en la prolongación del estado de alarma es capaz de desatar un escándalo mayúsculo, dentro de sus propias filas sobre todo. Es verdad que el regate de la lideresa naranja contra sus propios postulados anti sanchistas ha sido de órdago, pero una tragedia como la que vivimos justifica cosas como que Ciudadanos y PNV voten con el PSOE. Ese día, el miércoles pasado, PP adoptaba la misma postura que Bildu y Vox votaba NO como ERC. Ahí es nada. Pero el protagonismo y los palos solo se los llevó Arrimadas. Por referirme a un precedente no demasiado lejano, lo que hizo el PNV aprobando primero unos presupuestos de Rajoy –todavía vigentes, por cierto– y poco después una moción de censura contra el propio Rajoy fue muchísimo más sorprendente, contradictorio y hasta cabría decir que filibustero, pero estamos en el punto en el que a los extremos (sean por ideología o identidad nacionalista) se les perdona todo. Al centrismo, a la responsabilidad activa por encima de las unanimidades sectarias, nada. Con 10 escaños, Ciudadanos podría haber dejado el problema en manos del PP y sus socios de gobierno, que para eso son socios de gobierno. Pero Ciudadanos cogobierna en Castilla y León, Madrid y Andalucía, y con el PP precisamente. Sin elecciones en el horizonte, no acierto pues a ver en la decisión de Arrimadas ningún interés táctico, sino una convicción sincera de hacer lo correcto a pesar de todo.
Sí, la centralidad como estilo y actitud se queda cada día más huérfana. Cómo será la cosa que un gesto emocionado de la ministra de Defensa, Margarita Robles, dolorida en la morgue de IFEMA, resultó la gran noticia. Lo mismo sucedió con las disculpas de Almeida, alcalde de Madrid, tras una celebración en ese mismo hospital de campaña. Y se produjo igual, aunque desde otro ángulo, con el inexplicable linchamiento a Nadal porque se atrevió –qué osado– a decir que en la gestión de esta crisis sanitaria sin precedentes había habido errores evidentes y unos países lo han hecho mejor que otros. Suficiente para que pueda ser catalogado como «un facha» sin matices. Nuestro pobre debate político ya podríamos describirlo con el pasaje que abre la película 'El odio' (Mathieu Kassovitz, 1995). «Es la historia de un hombre que cae de un edificio de cincuenta pisos. Para tranquilizarse mientras cae al vacío, no para de decirse: hasta ahora todo va bien, hasta ahora todo va bien, hasta ahora todo va bien. Pero lo importante no es la caída, es el aterrizaje». Estamos aterrizando.
La auténtica «nueva normalidad» no es, por tanto, la aguda crisis socioeconómica que se avecina, sino esta otra en la que lo excepcional es toparse con una pizca de sentido común desnudo de sectarismos, prejuicios y odios. Sí, porque en el fondo de este vertedero político hay eso, odios. Y responsables de esos odios. Son aquellos que se despachan con insultos, desprecios o frivolidades cada dos por tres, por casi que cualquier cosa, especialmente en las redes sociales. Eso polariza aún más el debate, de modo que en el otro lado de una posición concreta no hay un adversario, sino un enemigo. Al que se le desea el mal, al que hay que exterminar, no solo batir y convencer. Acaba sucediendo que todo aquel que se libera de esos extremos y se atreve a decir que, por ejemplo, el señor Fernando Simón, director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad, es decir, el organismo previsto para prevenir los efectos de esta pandemia en España, debió dimitir hace mucho por pura vergüenza torera es arrojado a los leones. ¿Cómo es posible que en este país, con 30.000 muertos, no hubiera dimitido nadie en ninguna administración hasta que lo hizo el jueves una directora general de perfil técnico en la Comunidad de Madrid? ¿Qué tendrá que pasar para que un cargo político se responsabilice de un error, una mala gestión o una pésima consecuencia de alguna política y abandone su puesto? Da igual. Nadie dimitirá salvo error flagrante y solo a petición de los suyos, no de lo que exige un mínimo común denominador de valores compartidos. El centro y la moderación, el buen juicio que nos salvaguarda de los forofos y los hooligans, han acabado extinguidos por completo durante esta crisis sanitaria. Pero recordemos que, como escribió Toni Morrison, premio Nobel de Literatura, el odio «lo quema todo salvo a sí mismo, por lo que, sea cual fuere tu agravio, tu cara tiene el mismo aspecto que la de tu enemigo».
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