Con el advenimiento de las redes sociales y el imperio de la anonimia, ha proliferado una especie bautizada por el pueblo como el 'hater'. Así, uno vale tanto por sus 'followers' y sus 'likes', como por sus odiadores o 'haters', quienes de verdad le otorgan ... a uno categoría de preboste de la opinión pública. De manera que vivimos en la realidad simbólica del «odi et amo, Lesbia», que escribía Catulo, pero en plan masivo y algorítmico, sobre todo si a uno se le ocurre pensar a la contra: la heterodoxia del indignado llegó al Poder y se amansó, por lo tanto el chivo expiatorio hay que buscarlo entre los críticos, los excéntricos, los independientes... Quevedo, Valle-Inclán y Gómez de la Serna, la estirpe de los políticamente incorrectos, acabarían tomando hoy el sol a cuadros.

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Anteayer el Ministerio del Interior corroboró que en España se odia y mucho: en el primer semestre de 2021 se interpusieron 610 denuncias por odio, aunque no ha revelado la suerte que corrieron esas investigaciones, ni tampoco el pronunciamiento judicial al respecto. El espectro de la tirria en nuestro país es amplio y variado: de la islamofobia a la homofobia, en una suerte de ojeriza en la que cabría incluir el guerracivilismo, alimentado por algunos de nuestros antilíderes políticos de la efebocracia, que odian en sus campañas, de postureo y sin acritud. Graham Greene escribió que el odio no es más que carencia de imaginación y Shakespeare, que las masas pueden odiar sin el mayor fundamento. Pues eso.

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