José Ibarrola

Obscenidades 'redsociales'

EL ESPIGÓN DE RECOLETOS ·

«De manera que hacer circular la estampita del inocente por la pútrida patria de las redes sociales para presumir de hijo, por encima de cualquier otra consideración, no es de temerarios, sino de tontos»

David Felipe Arranz

Valladolid

Viernes, 28 de enero 2022, 00:40

Llega el amigo o la amiga, coge, va, se hace un selfi y lo cuelga sin complejos en el tendedero público de las redes, ya sea aquello carne, silicona o tuneado. Hasta ahí, todo va más o menos bien en este circo. Pero llega este ... mismo, coge, va, le saca la foto a los niños y prende aquello de 'Insta' con las pinzas del exhibicionismo o lanza por ahí un vídeo familiar, con el menor de edad haciendo pucheros. Ya que el Gran Ojo 'on-line' nos tiene a todos bajo control, con su horda de troles, 'haters', ogros, zumbados y otros cibercriminales, facilitémosle la labor –deben de pensar estos progenitores– presentándoles a nuestros tiernos retoños.

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Como el niño es sagrado y no se puede defender de la imbecilidad de sus mayores, habría que promover en el Congreso la aprobación de un decreto ley para proteger a la infancia de los ataques de surrealismo fotográfico y orgullo mostrativo de los papis. Porque a fuerza de engañarnos con la praxis, se nos ha olvidado que uno no puede exhibir a una criatura así, públicamente, entre otras cosas porque el infante no tiene capacidad de elegir entre enseñar sus intimidades a los demás o no, ni está en una edad en que deba hacer otra más que jugar con otros niños y con sus juguetes, imaginar mundos maravillosos o pintar la realidad en sentido meliorativo y multicolor.

Como han hecho instintivamente de toda la vida. De manera que hacer circular la estampita del inocente por la pútrida patria de las redes sociales para presumir de hijo, por encima de cualquier otra consideración, no es de temerarios, sino de tontos. A los papás guais que les sobreviene el arrebato de escaparate filial, habría que viralizarles por el orbe digital sus fotos más gagás cuando, de mayores, se tomen sus últimas papillas, empujen torpemente el tacatá o se caigan de bruces al suelo. Sin su permiso, por supuesto.

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