Secciones
Servicios
Destacamos
Asistí hace poco a la grabación de un programa de televisión de esos que se hacen cuidando todos los detalles, televisión de calidad o tele bonita la llaman los mismos que tienen ante la tele el complejo de llamarla 'caja tonta' cuando lleva años demostrando ... ser tan lista que acumula horas y ojos multitudinarios frente a ella haciéndoles olvidar el resto de impulsos que no consiguen ese efecto hechizante de bocas colgaderas y ojos ovinos ante sus efluvios. Este, como digo, era uno de esos programas que, por pertenecer a una plataforma de pago, trataba de marcar la diferencia cuidando los contenidos y la calidad visual de lo que ofrecía justificando el precio como quien le pone masa madre a una barra de pan.
Tras grabar una pieza en la que se me entrevistaba, todos fuimos invitados al combo (el lugar donde se revisa lo grabado) para comprobar el resultado. Me senté frente a una pantalla gigante mientras me pasaba la moviola del fantasma de las entrevistas pasadas hace apenas diez minutos. Como ya me sabía el contenido me dediqué a prestar atención a lo que los expertos que observaban conmigo la secuencia y aquí vino la revelación, no por sabida, siempre sorprendente cada vez que la redescubro. El entrevistador comentaba cosas sobre la posición de mis brazos y la certeza o inconveniencia de tal que otro silencio dramático que había hecho. La de maquillaje comentaba cómo, con la iluminación excesiva, yo estaba tan blanco que parecía sorbido por un dementor. El de las luces decía que necesitaban focos más potentes para que la sombra bajo mi nariz no me hiciera parecer cierto dictador germano de los años 30. La de peluquería se ponía nerviosa con ese remolino idiota que se me hace cuando hace demasiado calor en un sitio y que llevaba en cuestión de dos grados de parecer Clark Kent a Estrellita Castro. El de sonido, por su parte, pedía una repetición por un inaudible roce del sonido que provocaba el hecho de que la de vestuario había decidido abrirme un botón de la camisa más del que me separa físicamente de un seguidor del libro de Mormón.
Podría seguir pero el concepto ya estaba en mi cabeza, siete personas miraban exactamente la misma escena y cada uno veía, de manera clara e irrebatible, una cosa como la que, sin duda, era la más importante, la que marcaba la diferencia, la clave. Luego pensé en mis libros, en los ojos que los miran y las cosas que dicen de ellos, pensé en las opiniones de las redes, pensé en las vacunas, pensé, incluso, en los políticos. Y no pasó nada, porque siempre sé que esto pasa, pero siempre se me olvida la siguiente vez que me interesa argumentar que «mucha gente opina lo mismo que yo». Gente masa madre.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.