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Tengo impresión de que el Gobierno que preside Pedro Sánchez debe de estar arrepintiéndose de no haber retrasado las vacaciones hasta noviembre. Hace más frío, las playas están desiertas y los chiringuitos cerrados, pero por lo menos los ministros podrían leer los periódicos con tranquilidad, ... sin los sobresaltos que les causan las decisiones que han venido tomando últimamente, desdeñando las críticas desde los medios y, lo que seguramente les causa mayor inquietud, desde la calle, donde las encuestas de Tezanos no cuentan con demasiada credibilidad.
En política el descontento se escucha más alto que el aplauso. Es la ventaja que tiene la oposición en su prédica en el desierto. Una norma de la democracia invita al ciudadano a oír y ver para luego votar. El Gobierno empezó a ver malas caras en la calle cuando trascendió que Bildu respaldaría los Presupuestos Generales, pero no a qué precio. La política es la política y la búsqueda de acuerdos obliga a tragar sapos. Todavía recordamos la Guerra Civil, con su herencia creando divisiones, y choca en cambio que ETA y sus víctimas parecen estarse olvidarse tan pronto.
Luego, ya sin descanso en la continuidad, vinieron tres leyes conflictivas si las hay precedidas del fracaso de la ruptura del acuerdo con el PP de Feijóo, que no consigue estrenarse con algo memorable, sobre la solución de la crisis de la justicia. La tradición del consenso creada durante la Transición es ahora historia olvidada. Que el tercer poder del Estado sufra la incompetencia de los políticos democráticos para renovarse y poder ejercer sus funciones con normalidad es lamentable.
El reconocimiento, bien es verdad que matizado, del derecho a la secesión chirrió lo que no está escrito entre millones de españoles que han visto una cesión a las pretensiones independentistas de algunos. Ya está bien de darles facilidades, se escuchaba, y de rebajar las condenas a los que infringieron el principio de unidad de España, aunque los beneficiados compensaran apoyando las cuentas del Estado para el año que viene. Claro que, lejos de mostrarse contentos, algunos anuncian que reincidirán, ahora con menor riesgo de condena.
El dolor de cabeza ministerial se agravó con las dificultades para interpretar la malversación. Las prisas nunca son buenas y legislando, cuando faltan meses para elecciones, aún peores. El principal ejemplo, sin embargo, es la tristemente célebre ley de raíz podemita del 'solo sí es sí', improvisada por el Ministerio de Igualdad y aprobada por cansancio. Era necesaria, para poner coto a la desfachatez de los violadores que no respetan la libertad de las mujeres. Pero se convirtió en el mayor fracaso de la legislatura.
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