En 2003, cuando Pujol abandonó la Generalitat y Maragall puso en marcha el proceso de reforma del Estatuto, tan mal encarrilado y tan lleno de despropósitos, que nos ha traído hasta aquí, quienes gobernaban reunidos en un tripartito -y conviene recordarlo- eran el PSC, ERC ... e Iniciativa per Catalunya, la versión catalana de IU. CiU había quedado en la oposición, con Artur Mas al frente, junto al PP. El tripartito era pues de izquierdas, y tenía lógicamente enfrente a la derecha.
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Hoy, curiosamente, la matemática parlamentaria es completamente distinta: El binomio derecha-izquierda ya no es el esencial, puesto que las fuerzas se alinean en torno a otro dilema: soberanismo-españolismo. Y se da el caso de que la mayoría está formada por ERC (centro-izquierda), Junts (derecha) y la CUP (izquierda radical antieuropeísta). La principal oposición es ejercida hoy por el PSC, que ganó las elecciones.
En estas líneas no cabe una explicación de porqué se ha producido semejante deriva, pero sí es cada día más evidente que la normalización de Cataluña pasa por una recomposición del arco ideológico. No tiene sentido que, por mor de la existencia de un independentismo innegable, abrazado por menos de la mitad de la población, gobiernen juntos partidos con objetivos y convicciones antagónicas. Puesto que la independencia ya ha fracasado, sigue siendo una utopía y pierde adeptos a buena velocidad, ¿por qué no recuperar el viejo debate político, como ya están haciendo los propios catalanes en su vida social, y reanudar la vieja relación entre ERC y el PSC, que podrían dar un futuro progresista a Cataluña?
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