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En Norte y en Delibes
Intruso en El Norte ·
«Murió el día que nací yo, en años disímiles, y ese capricho del calendario me refrenda en esta carta abierta»Secciones
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Intruso en El Norte ·
«Murió el día que nací yo, en años disímiles, y ese capricho del calendario me refrenda en esta carta abierta»Bajo estos cielos y bajo estas letras y con esta luz Miguel fue don Miguel. Y Delibes, Delibes. No se entendería nada de lo que somos sin el periódico y sin Delibes. Miguel, santo tutelar de esta casa, desnoventayochizó Castilla, que diría Paco Umbral. Suyo ... fue el mérito de hablar de las cosas que le suceden al Hombre, en mayúsculas, cuando va de caza o cuando cae la helada negra.
Uno sintió al primer Delibes en las ediciones cómodas de Destino, en unas siestas a la orilla de la casa familiar. Después tuvimos en el Bachillerato a una profesora de Lengua doctorada en don Miguel y por ahí fue el camino todo seguido. Delibes enseña la brillantez del cielo de escarcha, y también que la vida pasa cuando somos mochuelos destronados. Cuando Delibes saca sus apodos, hay toda una humanidad nominativa por la que pasa el gran teatro del mundo.
A Delibes se le relee y siempre hay un párrafo que anda grabado en el magín y que nos evoca quién éramos ante ese Delibes. La lectura de Delibes, entre otras cosas, genera una paz difícil de explicar. A los que venimos borrachos de metáforas surrealistas, Miguel Delibes nos sitúa en el plano de lo que realmente importa.
Yo quiero homenajear a Delibes desde su casa, porque es un honor que me han concedido los dioses volubles y que yo aprovecho, claro, en domingo y en Norte y en Miguel. En el fondo, Delibes me hizo un hombre, aunque esto quede mal decirlo en esta España desforestada de sí misma.
Habría que ver qué diría Delibes del ecologismo barato, de la caza al cazador, del desprestigio de las mañanas de niebla que se despeja y café con pólvora. Esas mañanas de las que parlamento con Juan Diego Manjarrés en los días grandes y en su patria chica del páramo.
Vivir consiste, pues, en releer a Delibes entre orfidales placenteros. Yo conozco a especialistas en Delibes, como Felipe Aparicio Nevado, que me llevó a subir El Gran Balón de la Alsacia y a hablar de la sociología del Nini o del Zacarías. Delibes es, ya digo, un santo tutelar, el padre que Umbral nunca tuvo y otra de mis razones para serme (sic) vallisoletano.
Miguel Delibes murió el día que nací yo, en años disímiles, y ese capricho del calendario me refrenda en esta carta abierta a don Miguel, a quien tanto debo.
Dejadme que hoy, cuando más oscuro está, le haga esta loa necesaria al director eterno. Ahora que me canso de ser hombre, que un lobo se me cruza en Cervera y que contamino con espíritu de contrición.
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