Mi padre era un señor salmantino, funcionario, nacido quizá por circunstancias en Málaga en 1954. Mi madre es cordobesa, viajada por todas las audiencias al Sur de Medina. Por eso yo nací mestizo y sé que cuando mi madre anduvo preñada de mi hermana, yo ... ya tuve concepción del mundo y de sus cosas. El día después del alta por parto de mi madre, yo me bebí una caña con el descaro de la dipsomanía infantil: dice el doctor Manjarrés que lo mío viene del parto y yo, conscientemente, lo sitúo en aquel momento y en aquel bar de segovianos en un bar que se llamaba 'Las tres encinas'. Por allí el compañero Antonio Soler movió su adolescencia, y yo moví mi infancia. Hasta que me partieron la cara por defender a mi viejo en una reyertilla.

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Por eso hoy reivindico el gozo –particular e instransferible– de mi paternidad que no será. Tener a una fotocopia mía sería un terror. Y así se lo cuento al doctor Martínez. Es lo que le cuento, que abro Instagram y veo que mi generación celebra bautizos y yo me escondo. En el confinamiento yo hice spinning y otros Sagrados Mandamientos. Ellos, hijos.

No es la mejor forma de ir ligero de equipaje, pero voy. Llevo conmigo un perro nebuloso que me corrige las columnas y varios 'pasepernoctas' para hospedarme entre Santillana y La Gomera. No ser padre hoy no es ni una ventaja, ni una amenaza. Aunque quienes sean padres hoy vendrán con la victoria de haber ganado la guerra a la indolencia, al populismo y a la tontería.

Serán niños robustos. Decidle que sus padres aguantaron como Juana la Loca y que, contra todo pronóstico, ganaron al bicho.

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