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Recuerdos de Valladolid: La noche que 'Mala Hierba' tocó en Las Moreras

La noche que 'Mala Hierba' tocó en Las Moreras

Vallisoletanías ·

Y no sé muy bien cómo, pero ahí nos vimos nosotros, encima de un escenario enorme, con no sé cuantos vatios a los lados y mucha gente abajo, absorta, supongo

José F. Peláez

Valladolid

Viernes, 24 de junio 2022, 14:31

En el año 1994 hubo un grupo de quinceañeros en Valladolid que formaron una banda punk-rock medio grunge, un poco 'noise', algo así como los Pixies, pero en malo. Era la época del auge del rock alternativo y el cantante y guitarra rítmica era el menda, así que imagínense que teníamos mucha más voluntad que calidad. Pero eso sí, qué actitud, Dios mío. Ahí no nos ganaba nadie. La identidad del resto del grupo la omitiré por prudencia y porque ahora son gente respetable que controla su presión arterial y, sobre todo, fiscal. Y, además, qué narices, el que quiera contar sus recuerdos, que lo haga. Yo cuento los míos y solo en parte, porque si algo he aprendido es que el pasado cambia, que los hechos se completan a lo largo del tiempo con nuevas aportaciones por lo que nuestra percepción de lo vivido lo altera. Es decir, que podemos reescribir el pasado, volviendo a él y modificándolo con la visión, perspectiva y experiencia que nos da presente. El pasado, como la verdad, es solo una versión de los hechos. Y desde luego, no la más creíble.

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Aquel año algún inconsciente nos propuso a última hora cerrar el concierto de la noche de San Juan en Las Moreras, en ese escenario que ponía el ayuntamiento cuando las cosas merecían la pena y ni el rock ni la vida eran un engaño. Esa noche se montaba una fiesta bastante macarra, con una hoguera en la arena de la playa, ya conocen el coñazo de los cuatro elementos, como si fuéramos alquimistas. O peor aún, valencianos. A mi el mediterráneo me pilla muy lejos, 700 kilómetros al este, concretamente en un pueblo de Gerona que se llama Selva y que acabo de descubrir perdiendo el tiempo en Google. Así que estas cosas purificadoras y paganas me resultan tan ajenas como el reggeaton o la queimada. Lo que si que sé es que hoy sería imposible poner a un grupo de menores a tocar rock and roll a toda leche sin permiso de los padres, sin ningún tipo de contrato, con instrumentos que vaya usted a saber de donde han salido, fumando trujas, bebiendo cerveza y sin protección de datos ni de ningún tipo. Vamos, que esto lo ve hoy un fiscal y quita a los padres la custodia.

A Las Moreras iba todo Valladolid en un ambiente popular y farandulero como de fiestas del pueblo de tu madre, ya saben, calimocho, calor polvoriento y planchas con olor a panceta mientras brilla sol. Y, cuando cae la noche, cazadoras vaqueras, frío desértico, whisky malo y coca cola caliente. Tocaban varios grupos de rock, entre ellos creo recordar que Baikal e Imperativo Legal, que eran las estrellas locales de la época. Y no sé muy bien cómo, pero ahí nos vimos nosotros, encima de un escenario enorme, con no sé cuantos vatios a los lados y mucha gente abajo, absorta, supongo. Ni prueba de sonido ni leches, allí llegamos, nos enchufamos y comenzamos a meter caña sin presentarnos, como auténticas estrellas. El set avanzaba, la cerveza corría, la gente se preguntaba qué narices era aquello y, en un momento dado saqué una bandera de Castilla y León, que luego me anudé a la cintura para cantar «Castilla entera se siente comunera», con un compromiso identitario que ya querría para sí Ómnium Cultural. 'Los Jordis' no deja de tener un recuerdo de Los Ramones, claro. En un momento, un chaval algo mayor me gritó que por qué la bandera con el León y yo paré para decirle que no fuera analfabeto, que Castilla y León llevábamos juntos desde Fernando I y definitivamente desde Fernando III, que nosotros podríamos ser rockeros, pero nunca analfabetos. Eso comenzó una lucha dialéctica desde el escenario como filósofos franceses pasaditos de absenta mientras seguíamos haciendo ruido. Un punkie dijo que «esta gente tiene un sonido garaje muy interesante», a lo que otro respondió que «ni sonido garaje ni leches, que ese sonido era simplemente malo». Y así era. Pero qué divertido, por Dios, 'Mala Hierba', qué pedazo de banda, qué rapidez, que riffs malabares, que estribillos pegadizos, que curiosa mezcla entre Nirvana y Extremoduro, qué caos compositivo, qué idas y venidas como de serie de adolescentes descarriados en estados del este y con familia calvinista, que ejecución en plaza pública, a medio camino entre auto de fe y quema de brujas. Ah, qué juventud.

De ahí salimos encumbrados, claro, con 'The Cat of The Street' como himno generacional. Tanto que lo dejamos, claro, para que nadie se diera cuenta de la realidad. En esa época no había móviles ni cámaras digitales así que, como no hay pruebas de lo que digo, tampoco nadie podrá rebatirlo. Tocar estaba bien, bastante bien, pero lo nuestro era otra cosa, más cercano a la barra que al escenario. Así que allí pusimos el codo y nos pasamos unos cuantos años, viendo pasar las hogueras de San Juan, observando los rituales iberos de faquires mesetarios, cogiendo frío por la noche y llegando a casa al alba, mientras la gente iba a trabajar. Y cuento esto hoy porque, al ir a trabajar por la mañana, me he cruzado con varios grupos de tardoadolescentes volviendo de Las Moreras hasta arriba de polvo, de barro, con cara de frío, de no haber ligado y con un pedo como un atún de Barbate. Iba a mirarlos con esa cara de displicencia farisea, en plan «por Dios, esta juventud», pero finalmente me he sentido muy identificado. Hoy tendrán una resaca como la playa del Sardinero, pero habrá merecido la pena. Aunque me temo que ya no hay escenarios para macarras locales, ya no hay rock and roll y por no haber no creo que haya ni barras polvorientas. No pasa nada, los tiempos cambian. Pero nunca duden que, cuando no hay nada que hacer, lo mejor es encerrarse con los amigos en un local y colgarse una guitarra, a ver qué pasa. No hay mejor manera de pasar la adolescencia que haciendo temas y tocándolos encima de un escenario con colegas. Unos hacen deporte y está bien. Pero si quieren saber lo que es el compañerismo, monten una banda de rock con quince años. Los que tocan unidos, lo están para siempre. Tanto como los recuerdos. Y si los altero, no me lo tengan en cuenta. Aún estoy decidiendo con qué versión me quedo.

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