Secciones
Servicios
Destacamos
Hace algunos meses, antes por supuesto de la 'invasión' simbólica de Ceuta, estuve tres días en Melilla y tuve oportunidad de conocer y ver con mis propios ojos el problema que supone para las dos ciudades autónomas la presencia de los 'menas', los niños ... marroquíes que se colaron clandestinamente por las fronteras o fueron dejados a su suerte por los padres en la confianza de que en España no se les dejase abandonados, se formasen y quizás pudieran regresar a sus pueblos ya mayores con un estatus capaz de remediar sus miserias actuales.
Tanto los melillenses como los ceutíes han venido desempeñando con ellos una acción humanitaria excelente, pero insuficiente. Acogieron a algunos y lo intentaron con otros que no se dejaron: prefirieron una libertad entre mendicante y delincuente que, cuando se conoce de cerca, produce compasión e indignación. Es inevitable preguntarse cómo puede mantenerse mes tras mes esta situación agravada cada día y sin visos de solución. Los habitantes de las dos ciudades se quejan, Marruecos cierra los ojos y España se debate entre acciones policiales, iniciativas políticas, discrepancias jurídicas y organizaciones que reivindican unas soluciones y las contrarias in resolver gran cosa.
Mientras tanto, la cifra ha aumentado hasta un millar y el drama se acrecienta entre desentendimientos diplomáticos, conflictos entre los poderes públicos e intereses de diferente naturaleza. Tampoco es de olvidar la negativa de los interesados a que se regularice su situación y la negativa de las familias a recibirlos de nuevo, seguramente en hogares donde impera la escasez y se reafirma la confianza en que deambulando por calles con nivel de vida superior van a tener más posibilidades de sobrevivir y salir adelante. Son el aspecto más delicado y sensible de la emigración. Son niños vagabundos que aprenden el idioma, pero se mueven en su círculo reducido y no se integran. Cuando se intenta hablar con ellos y escucharlos se muestran huidizos y desconfiados. Nunca revelan su lugar de procedencia ni la identidad de sus familias. La vida en la calle, las privaciones y la necesidad de subsistir les vuelve resistentes al hambre, proclives a la delincuencia y a veces refractarios a quienes intentan ayudarles. Nada les inquieta más que las fuerzas de seguridad, a pesar de que les tratan bien y les proporcionan comida y ropa esporádicamente. Pero temen que les envíen a los centros sociales donde recibirán asistencia y educación, pero su libertad se verá coartada. Es un drama protagonizado por menores abandonados y perdidos.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.