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El 18 de abril, día señalado, 'El Niño de la Capea' volverá a vestirse de corto. Será en Medina del Campo, será en sábado y con Cristo ya resucitado. 30 años después y en avanzada ya la primavera.
El Niño de la Capea colgó ... los trastos cuando yo me cortaba la coleta de la infancia y entraba, yo mismo, en la edad de la infamia. En tres décadas, el toreo ha cambiado lo justo, y eso es bueno.
El Niño de la Capea nos trae los calostros líricos de las vacas del campo charro y nos demuestra que la torería se siente y es eterna. Un torero no se jubila, un funcionario del catastro, sí; y así, con esta dualidad, hay que entender a España.
Nosotros recordamos desde la desmemoria aquel Cumbreño, en Las Ventas, en el año 1985. Cumbreño no era zahíno, que un lechón blanco le recorría los lomos, y tenía una bravura que rozaba la mala leche. Era cárdeno claro y trotaba media tonelada para bufar en 'los isidros'.
Con Cumbreño se pararon los relojes una tarde tibia de junio, dicen que fue como un temple inopinado con la mano muy baja, en esos espacios de la verdad que contradicen a la geometría y que se arriman a la eternidad. Ha habido otros Cumbreños –veo sus cuernos con el Tito Miguel–, claro, pero ni los toros ni El Capea ni España somos ya los mismos.
Por eso, cuando abril vaya mediando, cuando suene la calandria y responda el mayoral, mi hermano Madueño y yo tomaremos un solysombra en el Yovoy, pondremos el puro en ristre y haremos memoria histórica de la buena, de la que no le gusta a Sánchez.
La reparación de la Historia pasa por aplaudir desde el corazón de Castilla a los muletazos de El Niño de la Capea, 30 años después.
Con la flor de Medina y El Niño aquí, eterno y vivo.
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