José Luis Lera. Antonio Quintero

Inefable e irrepetible Lera

«Es más que probable que Lera y Maribel [Rodicio] hayan montado ya una tertulia para analizar la actualidad taurina 'al hilo del redondel'»

Nieves Caballero

Martes, 6 de febrero 2024, 00:11

El mundo nunca volverá a ser el mismo. El sábado 13 de enero, nos dejaba José Luis Lera, maestro en lo profesional y en lo personal. Pasan los días, aunque no la tristeza. Carmina ha perdido al compañero de su vida. José Luis y ... César, a su padre. Los compañeros de El Norte de Castilla, a un maestro, un amigo y, en muchos casos, a un segundo padre. Los aficionados taurinos, a su mejor cronista.

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El 11 de mayo del 2023, José Luis Lera cumplió 92 años. Algunos de sus discípulos y amigos, entre ellos David Luguillano, y compañeros de la tertulia taurina del Suizo, como el abogado Paco Colino, el veterinario José María Robles y el hotelero Antonio Abellán, nos reuníamos con el maestro para celebra otro año de vida. Ese día nos juntamos alrededor de Lera para brindar con él también los compañeros de El Norte Henar Sastre, Vicky Martín Niño, Chema Cillero, Sonia Quintana y la que sucribe, así como la abonada taurina y amiga Lourdes Sánchez Capellán y el periodista de Efe y amigo Roberto Jiménez.

Lera consideraba las tertulias taurinas «el reposo del guerrero español, tan cansado de la batalla diaria de tráficos, contaminaciones e impuestos sobre la renta». Aunque algo cansado ya de la batalla, casi hasta el último momento, José Luis Lera intentó acudir al bar Suizo entre semana y los sábados a la tertulia de la cafetería Belle Époque de la calle Panaderos, junto a otros veteranos aficionados. Nunca, hasta que se rompió la cadera, perdió esa pasión por la vida y su afición por los toros.

Al hilo de la triste desaparición de nuestro querido Lera, he recordado otro luctuoso deceso. El 4 de mayo de 2022, fallecía en Valladolid a los 90 años Clemente Castro, conocido en el mundo taurino como 'Luguillano grande', fundador de una saga de toreros y padre de David Luguillano, al que Lera profesaba una gran admiración y un enorme cariño. Le quiso como a un hijo y supo ver como ningún otro el arte profundo del toreo que atesora David. Ante la muerte de Clemente, la emoción y la tristeza eran tan grandes que Lera confesaba, al otro lado del teléfono, que se sentía incapaz de escribir para el que fue su periódico y donde nos regaló hermosas crónicas taurinas. Tan bellas que, incluso, eran capaces de alimentar el alma de los no aficionados a los toros. En aquella ocasión no tan lejana, Lera recordaba en un hilo de voz los hitos de la vida de un gran hombre como Clemente Castro que, desde su punto de vista, era un personaje inefable e irrepetible, como inefable e irrepetible era el propio Lera, además de modesto y generoso.

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Entendí perfectamente a Lera porque, cuando la pena se agarra al alma, las palabras se atoran en la garganta y se niegan a salir. La cabeza no deja de intentar asimilarlo, pero el corazón se niega. Me había sucedido lo mismo tras la muerte de José Antonio Antón, otro de mis grandes maestros de El Norte. Volvió a ocurrirme cuando falleció la gran Maribel Rodicio, una de las mejores plumas del periodismo y pionera como mujer en la profesión. Y lo he sufrido de nuevo al dejarnos José Luis Lera.

¿Cómo hablar de mi maestro en las lides del periodismo y del que fue como un segundo padre? ¿Cómo escribir sobre ese gran profesional que nos dio a tantos y tantos discípulos las primeras herramientas de un periodismo que algunos están empeñados en abocar a la extinción? ¿Cómo abarcar y rendir homenaje a quien hallaba siempre la palabra precisa?

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Todavía recuerdo cuando conocí en persona al elegante, irresistible y carismático José Luis Lera. Fue en la redacción de El Norte de Castilla en la que acabaría trabajando también yo, aunque no lo sabía, ni tampoco que aquel caballero vallisoletano nacido en la calle Campanas en 1931 marcaría mi desarrollo personal y profesional en el diario decano de la prensa española.

 

En abril de 1990, acudí a la redacción, situada entonces en la calle Duque de la Victoria, junto a otro José Luis, José Luis Martín, dueño de La Comedia y El Continental, amigo de ambos, que se había empeñado en poner un anuncio con una foto para anunciar la boda de una de mis hermanas, en una época en la que ese aviso era totalmente anacrónico. Lera intentó explicarle por activa y por pasiva a su tocayo de Cigales que no tenía sentido y que la hora y el día para encontrar hueco en el periódico, un viernes por la tarde, era intempestiva. Era una época en la que los anuncios se daban empujones para encontrar espacio entre las noticias en El Norte. Pero José Luis Martín era inasequible al desaliento, y aquello se publicó en lo que en el argot periodístico se conoce como un rompe páginas y, además, en la sección de Deportes. No volví a ver tal tipo de avisos en mis 32 años de trabajo en el periódico.

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Poco después, en diciembre de ese año, entraba a formar parte de la redacción de El Norte. Todo un lujo. Al poco tiempo, por una suerte de carambola, Antón y Lera pasaron a ser mis jefes, y mis dos grandes maestros. Era una época en la que la segunda revolución tecnológica estaba a punto de llegar a los periódicos, pero todavía se hablaba de cíceros, quedaba algún que otro tipómetro, se recibían los teletipos en papel y había que recortarlos y pegarlos sobre unas cuartillas para componer las noticias. Mientras tanto Fernando de la Torre repartía la publicidad y organizaba la paginación de El Norte de Castilla. Otro imprescindible de aquella época que tenía todo el periódico en la cabeza. ¡Ánimo, Fernando, resiste!

Los redactores contaban ya con aquellos viejos ordenadores de pantallas oscuras y molestas letras fosforescentes. Los talleres que hacían posible que las noticias llegaran a los lectores en páginas de papel estaban junto a la redacción y muy cerca de la sala de teletipos. Allí trabajaban otros compañeros, muchos desde su juventud más tierna, como Paco Peláez, José Cuenca, Pepe Espeso y Rafael Frades.

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Fue impactante conocer a personalidades como Maribel Rodicio, a quienes los lectores del periódico recordarán como una de sus mejores plumas. Es más que probable que Lera y Maribel hayan montado ya una tertulia para analizar la actualidad taurina 'al hilo del redondel'. Lera se enfadará por cosas que suceden en el ruedo. Maribel templará al maestro. Ambos nos harán soñar con sus palabras. A ratos, comentarán las noticias de actualidad con José Antonio Antón, sobre todo lo que sucede entre Israel y Gaza, después de décadas de intentos de paz. Antón volverá a llorar ahora, como cuando un ultraderechista judío asesinó al primer ministro de Israel Isaac Rabin, el 4 de noviembre de 1995, día en el que se alejó la posibilidad de que israelíes y palestinos lograran una paz duradera.

Durante nueve años seguidos tuve la fortuna de trabajar mano a mano con Lera y con Antón en Edición y aprendí lo poco o mucho que sé sobre periodismo. Fueron años en los que coincidí con otros grandes periodistas, como Margarita Serrano y María Eugenia Marcos. Jaime Rojas, Chema Cillero, Fidela Mañoso, Rosa Estévez, Josune Olano, Javier Asua, Ángel Blanco, David Miller… Todos fuimos encontrando un hueco en la familia de El Norte de Castilla y para todos nosotros Lera fue un mentor, siempre amable, cariñoso y sonriente.

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Era una época en la que el respeto a las opiniones diferentes, el rigor, la ecuanimidad y la moderación presidían las decisiones de nuestros jefes, por ejemplo, a la hora de decir qué noticia abría una sección como Nacional cuando estábamos en plena campaña electoral. Lera y Antón ponían todo su empeño en que nos hiciéramos verdaderos periodistas en una casa marcada por grandes firmas, entre ellas las de Miguel Delibes y José Jiménez Lozano.

Mi relación con la tauromaquia ha sido siempre circunstancial. Un abuelo apasionado por el ganado, Alfredo Barrigón, y un tío aficionado hasta los tuétanos, Pablo Barrigón, que organizaba grandes festivales taurinos en una plaza portátil en Cigales y recorría toda España y las Américas para seguir a los mejores toreros del momento, entre ellos Paco Camino y Roberto Domínguez. 

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Muchos años después, en 2002 me tocó sustituir a la irremplazable Maribel Rodicio para escribir la crónica de ambiente en la plaza de toros de Zorrilla en la feria de septiembre. Mi querida compañera Henar Sastre, con larga experiencia como fotógrafa taurina, y la que escribe recorríamos los tendidos 'a la caza' de conocidos, abonados y famosos. Henar plasmaba las imágenes y yo tomaba notas, pero nuestra sincronía era tal que muchos de los aficionados confundían nuestros nombres. También compartí algunas de esas tardes de pipas y abanicos con mi querido compañero Gabi Villamil. 

Mientras tanto, desde la barrera, Ramón Gómez intentaba capturar los mejores lances, lo mismo que José Luis Lera, desde su palco de prensa (nunca desde el callejón), observaba en el albero las faenas de los diestros. Luego, en la redacción de El Norte, Lera martilleaba el teclado hasta convertir las palabras en música, como las notas del pasodoble que el compositor Eugenio Gómez, director de la Agrupación Musical Iscariense, le dedicó al cronista taurino de El Norte de Castilla y de Efe.

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Durante esos años, Henar y yo recorrimos los tendidos del coso Zorrilla para intentar componer una crónica visual y colorista. Cada tarde, entre toro y toro, ambas subíamos a ver al Lera al palco de prensa. Me sentaba a su lado y siempre me aportaba certeras apreciaciones que me ayudaban a armar la crónica cuando todos llegábamos a la redacción de El Norte. Sin lugar a duda, si algún acierto había en mis líneas se debía a los consejos del maestro.

Pasan los días y nos seguimos acordando de vosotros. Os mando un gran abrazo. El mundo nunca volverá a ser el mismo sin Lera, sin Maribel y sin Antón.

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