Un negro llamado Banderas
Fuera de campo ·
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En contra de lo que pueda parecer, los españoles hemos sido racialmente sospechosos desde hace mucho, por nuestra afición al mestizajeSeguro que saben de lo que hablo. Tras conocerse los nombres de los nominados a los Oscar, una parte de la prensa de EE UU incluyó a Antonio Banderas –que opta al premio al Mejor Actor por 'Dolor y gloria'– entre la escasa representación de ... personas «de color» que habían sido distinguidas por Hollywood. La noticia corrió como la pólvora. ¿Es negro Antonio Banderas? Y tras el desconcierto inicial aparecieron nuevas dudas. ¿Lo es pese a ser español, o quizás por serlo? Se comprende el estupor. Los españoles modernos no estamos acostumbrados a vernos involucrados en este tipo de rifirrafes raciales. Que, sin embargo, no nos son históricamente tan ajenos como pueda parecer.
Aunque hoy pueda sorprender, en el origen del desprecio hacia lo español que alimentó la primera leyenda negra había un fondo de antisemitismo: los españoles eran gente despreciable porque convivían con normalidad con los judíos, y eso no podía ser bueno. Luego pasamos a ser malvados por lo contrario, por expulsarlos (más tarde que los demás y en mejores condiciones), pero esa es otra historia.
En realidad, en contra de lo que pueda parecer, los españoles hemos sido racialmente sospechosos desde hace mucho, por nuestra afición al mestizaje. Recuérdese que lo primero que hicieron los conquistadores en América, en el inicio del siglo XVI, fue casarse con princesas indígenas, para sellar alianzas, y comparen esto con la política de prohibición de matrimonios mixtos que ha pervivido en Estados Unidos, y otros países, hasta anteayer. Elvira Roca Barea lo cuenta en Fracasología. «Cuando el racismo científico comienza a desarrollar sus teorías, en las que la raza blanca es, sin ninguna duda, la superior, se pone en duda muy seriamente si los españoles, pueblo mestizo donde los haya, forman parte de esa raza blanca o no». Esto ocurría en el siglo XIX, pero ya ven que las dudas no se han despejado del todo aún.
Frente a la idea católica del origen común de todos los hombres como hijos del mismo Dios, idea que explica el que los habitantes del Nuevo Mundo fueran considerados enseguida ciudadanos con plenos derechos, en el mundo anglosajón protestante estaba extendida la poligénesis, la idea de que las razas fueron creadas de forma separada, que sirvió de base durante mucho tiempo para las políticas de segregación racial. Incluso políticas de aniquilación racial como las que se aplicaron a los hispanos de California cuando fueron absorbidos por EE UU tras derrotar a México. También la abundante población china del siglo XIX se vio afectada por la prohibición legal de los matrimonios mixtos.
Aún hoy esa idea de separación de razas pervive, de algún modo, y los censos de EE UU distinguen entre afroamericanos, nativos indígenas, caucásicos e hispanos. A los españoles, por estar en Europa, nos conceden el honor de figurar como caucásicos (la raza blanca, la fetén), separándonos de nuestros hermanos hispanos. Pero, claro, lo de considerarnos negros es una bizarra novedad que merece anotarse en los anales de nuestra peculiar relación con el mundo de la limpieza racial.
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