Negacionismo. La palabra se ha convertido en arma de moda y se maneja con una naturalidad digna de mejor causa. Sorprende la soltura con la que hemos logrado estirar, cual chicle super boom, el concepto original de negacionismo –la negación del Holocausto nazi– con la ... discrepancia de cualquier planteamiento discutible que el número suficiente de personas considere incuestionable.
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Digamos de entrada que todos los avances de nuestra civilización han estado ligados a afirmaciones que implicaban grandes negaciones. Galileo fue negacionista (de la centralidad de la Tierra) y Darwin fue negacionista (de la creación divina según la literalidad bíblica), por poner solo dos ejemplos que no requieren mayor explicación. A todos ellos hoy les hubieran colgado el sambenito de marras; si bien entonces era otro el que se estilaba: impíos. Conviene detenerse en él porque nos iluminará sobre lo que está en juego. Según el diccionario, impío es el que no participa de creencias religiosas o las rechaza; pero impío es también el que carece de piedad y de compasión. El segundo significado se deriva, en gran medida del primero, aunque hoy resulte evidente para cualquiera lo abusivo de tal correlación. Se puede no creer en Dios y ser misericordioso, de igual modo que lo contrario. Pero lo relevante es ver cómo la oposición a una creencia compartida se convierte en mancha moral. La palabra impío nos recuerda que hubo una época, que creíamos superada, en la que ciertas ideas se asociaban con la degradación ética de quien las profesaba.
Pues bien, exactamente esta contaminación moralizadora del debate público regresa a escena con los 'negacionismos'. Cuestionar una idea, tan cuestionable, como la violencia de género, por referirnos sólo al debate parlamentario de esta misma semana, no solo implica ser un disidente, o un friki, que era el modo como antes se desautorizaban las creencias minoritarias, sino que ya se asocia con la impiedad, la maldad y lo monstruoso. Quien discrepa de ciertos dogmas (cada vez más abundantes) no merece respeto, ni el privilegio de la ciudadanía.
Es un salto grande convertir el criterio de la mayoría en verdad, y la disensión, la ruptura del consenso, en prueba de perversión. Pero el salto ya se ha dado, con la única resistencia de Vox, y el aval parlamentario de PP y Cs, que siguen sin entender cómo la izquierda lleva años recortando su terreno de juego con estas maniobras del lenguaje. El resultado es que el debate público se envilece aún más, la capacidad de entendernos disminuye y la democracia se degrada. Al fin, los verdaderos negacionistas son los que niegan el derecho a existir a las ideas que no les gustan.
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