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El sensacionalismo en todo tipo de medios de comunicación –pero especialmente en los digitales– es algo que, por desgracia, se repite y crece cada día ... en estos tiempos funestos. Y ello tanto si se trata de exagerar malas como buenas noticias. Pues lo que se busca es impresionar y conmover a toda costa. Tal sucede con titulares como el que ha circulado hace unos días a propósito de la vacunación masiva entre los británicos: «El Reino Unido pone fecha para alcanzar la inmunidad de rebaño». Una situación grupal anhelada por cualquier país, la cual –según esas informaciones– habría ocurrido ya, dado que se esperaba que tuviera lugar en torno a mediados de este mes.
Sin embargo, a poco que se manejen con rigor las cifras y las expectativas, no parece tan obvio que vaya a ser así. Y que hay mucho de propaganda política en esta clase de afirmaciones. Boris Johnson, que empezó mostrando cierto desdén –si no desprecio– ante la pandemia (al igual que tantos líderes), constituye uno de los ejemplos más claros de conversión a lo San Pablo: es decir, cayéndose del caballo del negacionismo –primero– para acabar encabezando la cruzada contra el covid –después–. No se sabe bien si por convicción personal, tras haber padecido él mismo la enfermedad, o por conveniencia estratégica. Fuera cual fuere su verdadera intención, semejante comportamiento se ha revelado como doblemente eficaz. De esa manera, Johnson ha llegado a presentarse a modo de una especie de paladín contra la pandemia y un gestor mejor que los dirigentes de la Unión Europea.
Cansa ya aquello de escuchar que una peste contemporánea como ésta trae también sus cosas buenas o que nos hará mejores de lo que éramos, puesto que de toda catástrofe pueden extraerse enseñanzas útiles para la vida. Y de la mayor desgracia surgirían, igualmente, oportunidades únicas. Lo que quizá sea hasta verdadero, si por lo mismo entendemos que, en dichas circunstancias, es fácil que proliferen los oportunismos de los políticos más populistas. Mientras el resto de la población se asusta o sufre. Y la mayoría no termina de entender nada.
Algunos, como pudo comprobarse al ver la famosa entrevista de Jordi Évole a Miguel Bosé en televisión, se rebelan contra el sinsentido y el dolor. Se niegan a asumir la realidad de lo que está pasando. No es probable que Bosé se caiga de su caballo. Como muchos otros, no distingue entre la enfermedad, que es un hecho, y la gestión de ella, que constituye un auténtico desastre universal. Prácticamente, nadie la gestionó bien en ninguna parte. Por ahora, se salva un poco la decidida actuación de Biden en USA, posiblemente a causa de que –entre demás factores– cuenta con la asesoría de alguien serio y experto como Anthony Fauci y ha tenido el acierto de confiar en él (lo cual nunca hizo el nefasto negacionista Trump, felizmente desaparecido). Ambos –presidente y asesor– han jugado, pues, con la ventaja (no menor) de que venían ya 'aprendidos' por las experiencias en otras naciones y en su propio país. Porque, si Trump se cayó del caballo –camino del Damasco de su derrota–, tampoco se notó demasiado: le preocupaba más el poder que la salud de sus ciudadanos.
Y es que los cambios en la vida cotidiana de la gente durante la pandemia han sido siempre para peor. Por eso hay que felicitarse de que, en el ámbito parlamentario, Íñigo Errejón pusiera el dedo en la llaga: el personal está que se sube por las paredes y muchos ciudadanos necesitarían que se favorezca e incremente la atención a la salud mental para evitar desfases más graves y males mayores. Las relaciones de pareja, familiares y sociales han tendido –en general– a deteriorarse a lo largo de este último año de pandemia. Nos encontramos cada vez más lejos del modelo de felicidad y bienestar que promulgaban las filosofías 'de todo a cien' para nuestras sociedades. Por lo que puede que haya llegado el momento en que urja devolver el rigor a la adquisición de información y conocimiento. Y recuperar para un futuro el papel preponderante que debería tener entre nosotros la búsqueda de la verdad y la justicia. Aquel viejo sueño humanizador de los primeros filósofos.
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