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El negacionismo
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«Es imposible que el Estado soporte un nuevo confinamiento, no hay margen económico para ello, ni capacidad presupuestaria real que sustente el enorme coste de una medida de ese tipo»Volver al salón de casa, con la puerta cerrada tras una doble vuelta de llave, recurrir al supermercado o al paseo del perro como disculpa para saborear el aire de la mañana y reabrir el libro de cocina en busca de un instante de ... creatividad mal entendida no es la solución a esta pandemia.
No lo es estar encerrado a cal y canto con la esperanza de que la curva se pliegue ante la falta de víctimas al alcance de este maldito virus y menos aún atornillarse a la silla de la cocina a la espera de que algo mágico pudiera suceder entre los hasta hace bien poco odiados fogones.
De nada sirve ese empeño por esconderse dentro de una cueva porque, una vez finalizada esa parte del proceso y logrado el objetivo que se perseguía, todo regresará a la normalidad. Y la normalidad de hoy, la anormalidad de los últimos meses, supone más virus, contagios y vuelta al círculo vicioso en el mismo instante en que se reabran las calles. Será en ese instante, sea el que sea, cuando la curva rebote y los miedos salgan por enésima vez del armario.
Hasta aquí una parte de la teoría del negacionismo, de aquellos que por agotamiento, hartazgo, desconfianza o incredulidad han dejado de creer en el criterio de quien tiene la obligación de ejercer una tutela efectiva sobre la sociedad. Pero, quizá, su punto de vista no sea tan loco, tan disparatado.
El confinamiento, por duro que sea, no es suficiente. En realidad, y así lo remarcan los virólogos, ayer, hoy y mañana, solo servirá el autoconfinamiento, esa voluntad personal e inequívoca de no favorecer la propagación del virus con medidas efectivas. Y eso no es meterse bajo la alfombra.
No es necesario esconder a todos los castellanos y leoneses en el interior de un cajón para tirar la llave al mar hasta que todo pase, sería suficiente que cada uno de ellos se comprometiera a cumplir con cuatro directrices básicas para superar la angustiosa situación: mascarillas, higiene de manos, distancia social y no caer en una hoy disparatada 'vida social'. Tan sencillo como, según parece, imposible de cumplir.
Mientras esa conciencia social no se materialice, no sea efectiva, el resto será aplacar el virus a cañonazos, buscar su contención al mismo tiempo que se dinamita la estructura social y económica y generar día a día una ruina que nos llevará a conocer de primera mano las vivencias que el 'abuelo Pepe' nos contaba tras la postguerra, cuando todo era desierto. Quizá Pepe no nos narraba lo que él había vivido sino que preparaba a sus nietos para lo que algún día les tocaría vivir.
Es imposible que el Estado soporte un nuevo confinamiento, no hay margen económico para ello, ni capacidad presupuestaria real que sustente el enorme coste de una medida de ese tipo. El confinamiento es el abismo, como lo es la propia pandemia.
Ocurra lo que ocurra en los próximos días, semanas y meses, convendría -superado este periodo- analizar si los ciudadanos, todos, hemos tenido a los mejores gestores en el peor momento de nuestra historia. Convendría estudiar si todo lo sucedido habría sido igual si en los últimos años no se hubiera desmontado el sistema sanitario con una impunidad fuera de lo común y, por último, si cuanto ha sucedido tiene que ver con la indisciplina de la propia sociedad civil o con el aturdimiento provocado por el estruendo de un desafinado coro de líderes políticos.
Será bueno hacer ese análisis. Claro que, podría suceder, justo en ese instante nada de lo que hoy conocemos podría ser parte de nuestro día a día. Morir por un virus resulta terrible, tanto como vivir con el polvo en la boca de la postguerra.
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